Castigos

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Por Darío Fritz

El hombre se mostraba muy indignado. “Hoy en día, la gente no respeta nada. Antes, poníamos en un pedestal la virtud, el honor, la verdad y la ley…”. Lo dijo allá por 1931. Sabemos de las injusticias de la justicia. La examinamos desde fuera y hay razones en muchos casos para observarla con suspicacia. Cada cual tiene su óptica. Como los periodistas que contamos historias y no podemos abstraernos de la mirada propia, sin por ello abjurar de la búsqueda del equilibrio informativo. La objetividad, del juez por un lado, del periodista por otro, pasa a ser la mirada de cada quién, pero no la de todos -una pretensión tan desmedida como intentar atrapar el reflejo del agua de un río, según describió el periodista colombiano Javier Restrepo. Y sí, nos rodea la injusticia. Que diez por ciento de los más ricos del mundo generen el 48 por ciento de la contaminación con gases invernadero y que además son los pobres quienes padecen sus consecuencias -soportar temperaturas extremas, por ejemplo, bajo techos de láminas contra aquellos que tienen aire acondicionado en cada cuarto o alberca-, habla de un capitalismo salvaje. O las cárceles repletas de hombres y mujeres sin dinero para defenderse, mientras que quienes si lo tienen afrontan sus delitos con la ventaja de lograr atenuar condenas, sino es el caso de evitarlas. Las reglas son como las donas, dice un personaje de esa serie imprescindible -hablando de justicia-, Your Honor, es decir, tienen siempre un agujero. En el afán de contar historias, solemos caer en la tentación de convertirnos en un Michael Desiato, el juez apacible y progresista de la serie, que encarna el magistral Bryan Cranston, y que se transforma en un lobo despiadado, hasta caer en corruptelas, con tal de defender a su hijo, autor de un homicidio culposo. La tentación pasa por algunos en creerse jueces y establecer condenas antes de conocer las pruebas.

La semana pasada se cumplieron seis décadas de uno de los crímenes con más impacto en la historia de la humanidad: el asesinato de John F. Kennedy en Dallas. Y para no ser menos en un caso aún intrigante, apareció una voz desconocida, la de uno de los agentes secretos que custodiaba al presidente estadunidense sobre los estribos de la limousine en la que recibió el disparo de muerte. Dice que hubo una segunda bala que alcanzó a Kennedy, con lo cual desbarataría la idea de un asesino solitario -Lee Harvey Osward.  La Comisión Warren que llevó la investigación y sus conclusiones nunca llamó a declarar al agente secreto Paul Landis que ahora pone en dudas la versión oficial. Pero si el caso siempre estuvo rodeado por sospechas de conspiración -cómo entender que alguien por su cuenta logré matar a un presidente, y que para colmo es asesinado horas después del crimen en la estación policial donde estaba detenido-, los prejuicios se reavivan. El asesinato de una figura pública trae constantes sospechas que ni la mejor de las investigaciones, como puede ser la de la Comisión Warren, logran tranquilizar.

El asesinato del sueco Olof Palme sigue aun generando suspicacias, como también el del banquero Roberto Calvi por sus relaciones con El Vaticano. En Argentina, el fallido intento de homicidio contra la vicepresidenta Cristina Fernández sigue en la nebulosa, pese a que el autor fue detenido, porque la justicia se niega a investigar la posible financiación política que podría haber detrás y el supuesto involucramiento de personajes que asumirán el próximo gobierno derechista el 10 de diciembre.

Por aquí, en México, se abrió otro resquicio para la impunidad detrás de las investigaciones y decisiones judiciales, la liberación de Mario Aburto Martínez, autor de la muerte de Luis Donaldo Colosio en 1994. Parece ahora, con 29 años de condena cumplida de un total de 45, que la investigación tiene inconsistencias y que Aburto habría sido torturado. El video impactante del crimen con el arma que se dispara casi pegada a la cabeza de Colosio y la inmediata detención en el lugar de Aburto se ponen en duda, por lo que podría ser liberado en marzo próximo. Quizá salga de allí un buen argumento para los guionistas de Cold Cases. “La virtud, el honor y la ley se han esfumado de nuestras vidas”, decía aquel personaje de 1931. Se llamaba Al Capone.

@DaríoFritz