Quebradero

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Herencias previsibles

Por Javier Solórzano Zinser

En muchos sentidos los cambios de gobierno pasan por un volver a empezar. Se asume que hay que empezar desde cero porque lo único que se encuentra, a decir de muchos y muchas ganadoras, es un auténtico batidillo.

Se tiene que reconocer que en muchos casos las herencias acaban siendo brutales. La capacidad de maniobra de los nuevos gobernantes es limitada, porque para que puedan echar a andar sus proyectos lo más importante es poner orden en la confusa casa y para ello requieren de al menos un año, en el mejor de los casos.

Situación similar se presenta con las presidencias municipales y las alcaldías de la CDMX. No hay gobernante que inicie su mandato que no se queje de cómo quedan las cosas y de todo lo que se tiene que hacer y cambiar.

Es una constante de siempre y que no se ha podido cambiar, ni pareciera que se estén construyendo bases para que cambien las cosas más allá de los limitados elementos que por hoy se tienen. La desarticulación de diferentes ONG y el ataque sistemático a los institutos autónomos han provocado que se den pasos atrás en materia de transparencia, rendición de cuentas, vigilancia y supervisión.

En algunos casos los problemas se ven venir, porque al final de las administraciones todo entra en caos y las cosas se recrudecen y aparece el síndrome de 1982 cuando el titular de Hacienda fue a Washington a decir que México tenía “problema de caja”.

Ejemplo de ello son los grandes apuros para pagar la nómina en Colima y Michoacán. Todo se recrudece si la relación con el Gobierno federal no existe o se establece a través de trompicones. Los gobernadores salientes aprendieron a que la llevan bien con el Ejecutivo o se tienen que rascar con sus propias uñas, lo cual con lo que tienen es definitivamente insuficiente.

Independientemente de que el discurso de los nuevos gobernantes tenga una alta dosis política que busque desacreditar a sus antecesores para en el camino fortalecerse y tratar de diferenciarse, es evidente que la situación en casi la mayoría de los casos termina por ser complicada, porque a lo largo de la administración no se pasó por procesos de revisión y transparencia acuciosos. Da la impresión que poco o nada hacen a sabiendas de que la crisis que se les viene, quizá lo que piensan es que quien llegue se encargará y ya verá cómo le hace.

Si los gobernantes tienen un Congreso a modo, si no hay mecanismos para la rendición de cuentas y la transparencia brilla por su ausencia, terminan por hacer lo que quieren. Sin embargo, cuesta trabajo creer que no sepan que tarde que temprano van a enfrentar a la terca realidad, la cual les va a pasar por encima con todos los riesgos que esto tiene.

Ante estos escenarios les da por lanzar culpas por doquier y de manera singular “olvidan” lo que hicieron y lo que no hicieron. No es casual que algunos gobernadores terminen en la cárcel o bajo farragosos procesos judiciales, los cuales se basan en sus responsabilidades e irregularidades, sin pasar por alto la persecución con tintes políticos que si a alguien le vienen bien obviamente es a quienes ahora están en el cargo.

De alguna u otra manera el cambio de gobernadores en 15 estados mantiene esta constante. Hay quejas por doquier, se lanzan culpas y es muy probable que quienes han dejado el cargo traigan desde hace tiempo un amparo en su bolsa. Insistimos en que en muchos casos está el factor político, pero lo que es un hecho es que la corrupción al final acaba por evidenciarse.

El caos al final de las administraciones está a la mano cambiarlo empezando por frenar los ataques a las ONG e institutos autónomos; de lo que se trata es de tener mejores gobiernos, no más que eso.

RESQUICIOS

Queda la impresión de que el Presidente no esté engañando a nadie. Si hay quien cree que puede ser el perfilado del tabasqueño que no sea la Jefa de Gobierno, mejor que se haga a un lado o que vaya viendo cómo le hace con todo y que el último minuto también tiene 60 segundos.