Por Jaime Fisher
Una breve, aunque necesaria introducción histórica: Martin Aguilar Sánchez fue mi compañero de estudios. Primero, en la preparatoria Artículo Tercero Constitucional (¡qué tiempos aquellos!); y después, durante el primer semestre en la entonces recién parida Facultad de Sociología de la Universidad Veracruzana. Era la época del añorado rector Roberto Bravo Garzón (¡QUÉ TIEMPOS AQUELLOS!). Por motivos que no vienen al caso, ahí, y al finalizar el mismísimo primer semestre de la facultad, se separaron nuestros senderos, con ocasionales y cada vez menos frecuentes encuentros y desencuentros -por aquí y por allá-, en Xalapa, que era y sigue siendo nuestro hábitat natural. Martín nunca fue particularmente brillante (perdón por hacer obvio lo indiscutible y público); aunque tampoco era lo que, para usar un lenguaje suave, llamaríamos un tontejo; no: aprobó bien siempre sus materias, y hasta una maestría y un doctorado terminó obteniendo; es miembro del SNI, etc.; o, como dicen los chavos de ahora, “shalalá, shalalá”, cosa que no sé con certeza qué signifique, pero creo que es algo así como etcétera. Supe que después se dedicó -Martín, no shalalá ni etcétera- a estudiar los movimientos sociales, y que la UCISVER (Unión de Colonos, Inquilinos y Solicitantes de Vivienda en Veracruz, entonces dirigida por su gurú, y actual senador morenista, Manuel Huerta Ladrón de Guevara) fue su primera investigación profesional como sociólogo. Sin ser precisamente el Pierre Bourdieu región 4, Martín, pues, tampoco parecía estar muy por debajo de la media intelectual veracruzana.
Por eso, no deja de sorprender un tanto que, pese a su medianía intelectual, no entienda hoy y a estas alturas algo tan simple como que nadie lo quiere ni lo ha querido como rector de la Universidad Veracruzana. No entiende, pues, lo que significa NO. Es una especie de rector tóxico: lo mandan todos a la chingada, y no alcanza a decidir irse mucho.
Es lamentable ver a un excompañero de banca pasar esas vergüenzas, o, más bien, desvergüenzas; parafraseando a Octavio Paz: corriendo con la lengua de fuera tras la perra rectoría. Y, al parecer, ya ni siquiera tras la rectoría perra esa, sino “apenas” (ya aunque sea) tras la perra jubilación, pero con salario de rector, que no es poco, y está más perrón que muchos otros salarios; dicho sea con respeto a todos los canes que en el mundo han sido. En todo caso fue Paz el de la perra idea original. Yo aquí nomás la tomo de referencia.
Me queda algo en el teclado sobre la junta de gobierno. De los 9 que tenía ya sólo le quedan 7, 7, 7, integrantes (no muy íntegros, por cierto). La ley dice que deben ser 9 los votos para emitir la convocatoria y designar al nuevo rector(a). ¿Cómo y cuándo le van a hacer esos 7 para incorporar -acatando a esa ley que sí es la ley– a los dos que faltan? La tienen dura, la tarea. Se supone que es el Consejo Universitario quien elige a los miembros de la junta de gobierno. Pero faltan 10 días para que se emita la convocatoria, y no se ve cómo puedan hacer lo que no han logrado durante largos años de ineptitud y ceguera.
Creo, por ello, que se avecinan tiempos de conflicto postelectoral en la U. V. La caballada, aunque famélica, tendrá motivos legales -“fundados y motivados”, dicen los abogados- para inconformarse tanto por el proceso como por el resultado, sea éste cualquiera que termine siendo. Y todo se lo deberemos a Martin, sí; pero también a los miembros de aquella junta que, pese a su actual arrepentimiento público, lo ungieron como rector hace 4 años, aún sabiendo lo que de él ya sabían.
No tenían mucho de dónde escoger, sí. Eso no los exime de responsabilidad.