Luis Donaldo Colosio, una perspectiva histórica

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Por Aurelio Contreras Barrales

Este 23 de marzo se conmemoraron 30 años de un hecho que cimbró significativamente a la sociedad mexicana del año 1994, pero que se ha mantenido como una de las mayores tragedias en la historia contemporánea de nuestro país: en medio de los disturbios, conflictos y polémicas que se desencadenaron en los primeros tres meses de ese año, moría asesinado el candidato oficialista a la Presidencia de la República, Luis Donaldo Colosio Murrieta.

En un hecho sin precedentes, fue segada la vida de un candidato presidencial y no cualquier abanderado, sino el del partido hegemónico y mayoritario de la época, el Revolucionario Institucional. Era el candidato impuesto por un presidente todavía con gran popularidad nacional e internacional, Carlos Salinas de Gortari, para que prosiguiera con su legado transexenalmente.

Sin embargo, habremos de reflexionar, ¿qué papel jugó Luis Donaldo Colosio en la historia moderna de nuestro país? El peso histórico que representa la figura del malogrado sonorense es enorme, ya que cambió el juego político ejercido históricamente en México y generó en la memoria colectiva una línea discursiva que ha permeado generacionalmente hasta nuestros días: “fue Salinas”, “fue el PRI”.

Nacido en Magdalena de Kino, Sonora, su padre fue un respetado comerciante minero y ganadero que llegó a tener distintas responsabilidades en el ámbito municipal, siendo la más relevante la Presidencia Municipal de esa demarcación.

A pesar de los cargos públicos que ejerció su padre, el joven Luis Donaldo nunca perteneció a la casta dorada de la política estatal, ni mucho menos nacional. Su trayectoria pública logró forjarla gracias a sus estudios y a su perseverancia dentro del Gobierno Federal y en el sistema político imperante.

Su incursión en la política nacional tiene lugar a partir de 1982, aunque no con un papel central, sino como un integrante más de una nueva generación de funcionarios que arribaron a las altas esferas de la administración pública federal, particularmente en la rama económica, durante la presidencia del priista Miguel de la Madrid Hurtado.

Comandados por el economista Carlos Salinas de Gortari, ese grupo de “tecnócratas” compartían el haber cursado sus estudios profesionales en universidades internacionales de alto prestigio, como Harvard, Princerton, Yale Pensylvania, por mencionar algunas. Colosio era egresado de esta última. Además, se enfocaban más en los valores técnicos que en los prácticos dentro del universo de la administración federal, a diferencia de los tradicionales políticos priistas.

Conforme se desarrolló dentro del gabinete económico al lado del secretario de Programación y Presupuesto Carlos Salinas, Colosio se ganó su amistad y gracias a éste logró labrar su trayectoria política. Este grupo político-económico –que apostaba por el recorte a las atribuciones del Estado para lograr una mayor solvencia financiera, además de que pugnaban por el libre mercado y un régimen netamente capitalista– desplazó a quienes defendían el modelo nacionalista revolucionario, quienes apostaban por el estatismo presidencialista y la omnipresencia del Estado en todas las ramas del ejercicio público.

Este cambio de régimen político repercutió en una grave fragmentación dentro del partido oficialista, lo que llevó al desplome de su votación en las elecciones federales y locales y a la cuestionada elección de Salinas de Gortari como Presidente de la República en 1988. Colosio formó parte del primer círculo durante la campaña de este último.

Su salto protagónico a la esfera nacional se dio en diciembre de ese mismo año, al ser nombrado Presidente del Comité Ejecutivo Nacional del Partido Revolucionario Institucional (PRI) por instrucciones del nuevo mandatario federal. Desde ese momento, Colosio comenzó a dejar huella en la historia nacional iniciando con su nombramiento mismo, ya que representó el reemplazo de las viejas estructuras priistas en la conducción del partido y el arribo al seno del mismo de los militantes de la tecnocracia. Colosio significó la transición hacia esa nueva etapa dentro del partido en el gobierno.

En su función al frente del PRI, Colosio siguió escribiendo la historia: durante su gestión se dieron las primeras derrotas oficiales del PRI en elecciones locales, ya que se concretaron las alternancias respectivas hacia gobiernos encabezados por el principal partido de oposición, el PAN, en entidades como Baja California, Guanajuato y Chihuahua.

Si bien en años anteriores se habían dado algunos triunfos de partidos ajenos al PRI, estos nunca eran reconocidos por el gobierno, el cual controlaba a la autoridad electoral misma y dominaba los congresos locales –facultados para calificar las elecciones que estaban bajo su jurisdicción–, siendo en el periodo salinista, bajo la dirección partidista de Colosio, cuando las primeras victorias opositoras fueron reconocidas por el oficialismo.

En segundo término, Colosio reeditó la esencia del PRI bajo el sello del salinismo, esto al implementar bajo su dirigencia distintas reformas que impulsaron cierta descentralización partidista de las estructuras corporativas –aunque no del todo– y la celebración de ensayos de elecciones internas democráticas de cara a ciertas elecciones locales para Gobernador, algo nunca antes visto en la historia del partido oficial.

Además, se vivió un cambio radical en la ideología del partido, sustituyéndose el histórico nacionalismo revolucionario por el liberalismo social propuesto por Salinas, lo cual marcó la directriz del andar político del partido más relevante de la historia de México y que en aquel entonces mantenía aún su hegemonía nacional y en la mayoría de los estados.

Su candidatura presidencial resultó ser también una aplicación de la tradicional praxis del “tapadismo” mexicano, iniciado propiamente en las épocas de Porfirio Díaz y que 114 años después volvía a ser aplicado por el presidente que supuestamente buscaba el cambio hacia una aparente descentralización del poder en el Estado.

Dos hechos marcarían la historia ese año: el mítico discurso del 6 de marzo –que para muchos significó el rompimiento entre el régimen político y el candidato oficial– y la tragedia del 23 del mismo mes, fecha que se vio manchada de sangre en el calendario por el funesto asesinato del candidato oficial.

Jamás en la historia de México un candidato presidencial había sido asesinado en plena campaña, ni siquiera durante el contexto decimonónico, donde las ambiciones políticas se saciaban a través de las armas. Si bien en años más recientes un presidente en funciones, Venustiano Carranza, y un presidente electo, Álvaro Obregón, habrían sido asesinados bajo “extrañas” condiciones que hasta la fecha no se han podido esclarecer del todo –al igual que Colosio–, estos sucesos correspondían a otras temporalidades. Sin embargo, ningún candidato había sido ultimado en plena campaña proselitista hasta ese entonces. En el pragmático sistema priista, el hecho era algo aún más insólito: una serie de disparos interfirieron con la voluntad presidencial de elegir al sucesor que heredaría el poder, rompiendo así con la añeja tradición del partido hegemónico.

Como último punto, la mitificación del personaje en la cultura popular impulsada por el discurso oficial, llevó al funcionario leal al modelo tecnocrático salinista y al fallido candidato a una condición de “mártir”, aunque si bien no al grado de ser vanagloriado como personajes de la talla de Miguel Hidalgo, Benito Juárez y Francisco I. Madero, sí a llevarlo a una idealización de su hipotético gobierno y a la ignominia sobre los enemigos colectivos creados por el Estado mismo para delegarle a alguien la culpa de la muerte de Colosio, para de esta manera plasmar la historiografía que desean sea transmitida a las próximas generaciones.

La vida y trayectoria de Colosio, en resumidas cuentas, irrumpió en la historia mexicana, desde su encumbramiento en las altas esferas del poder político, sus actos en el máximo peldaño del oficialismo que modificaron la tradicionalidad histórica mantenida hasta entonces, el triste e inesperado desenlace y, finalmente, la construcción de una narrativa oficial que se ha mantenido en las consciencias de los mexicanos, y que cuestiona lo que habría pasado si Colosio hubiese gobernado.