Quebradero

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La violencia política y sus secuelas

 

Por Javier Solórzano Zinser

Ante el proceso electoral más grande de nuestra historia es difícil que la delincuencia organizada no busque influir. Llevamos años con una presencia cada vez más significativa y sofisticada de los cárteles. En varios procesos electorales han ejercido algún tipo de influencia a lo que se suma que en muchas comunidades acaban siendo bien vistos y como aliados de los ciudadanos.

Hemos presentado testimonios de personas que buscan que la delincuencia organizada le solucione sus problemas. No les queda de otra que pedir favores o que les ayuden a encontrar a las personas que eventualmente han desaparecido. La delincuencia organizada en ocasiones va por delante de la propia autoridad en estas circunstancias.

En algunos casos llegan a entregar juguetes o víveres, lo cual les genera enorme empatía. Entramos en los terrenos en donde no hay manera de distinguir lo que presumimos es bueno y malo en sociedad. Si a los ciudadanos les urgen soluciones a sus problemas y éstas vienen de la delincuencia organizada acaban siendo bienvenidas. Esto no quiere decir que no se esté dando una intensificación del hartazgo que se tiene en contra de los delincuentes, como se vio recientemente en el Edomex.

La cercanía entre delincuentes y comunidades es una de las manifestaciones de cómo los gobiernos en muchos casos acaban por fracasar por su incapacidad de resolver problemas, situación que compete al orden municipal, estatal y federal. A menudo circulan videos en donde se ve cómo la delincuencia organizada en grandes caravanas va entregando ayuda ante la mirada pasiva de la Guardia Nacional o de los militares.

La violencia política está desde hace tiempo entre nosotros. Lo que ahora la hace diferente es el crecimiento y expansión de los cárteles.

Un factor que ha adquirido gran relevancia es la integración, forzada o no, de muchos jóvenes a las bandas. Algunos de ellos además viven en las comunidades en las cuales se mueven las bandas.

A esto sumemos hechos enquistados en las comunidades. Existen viejos conflictos que se “resuelven” a balazos; todo tiene tintes de tormenta perfecta.

Por un lado está la delincuencia que quiere colocar a personajes que les ayuden en el “negocio”, y, por otro, están los viejos y nuevos en las comunidades que en un buen número de casos los partidos políticos dejan pasar con tal de ganar elecciones sin importarles el costo de ello.

Es realmente complicado instrumentar una estrategia de seguridad bajo estos escenarios, pero hay que intentarlo a toda costa. Se puede tener un mapeo de las zonas de mayor riesgo, pero como suele suceder no se sabe dónde puede terminar por aparecer la violencia. El punto de partida es que tenemos zonas que se pueden claramente identificar de conflicto y de eventual violencia política.

Existen escenarios paralelos que tienen que ver con la violencia cotidiana que inevitablemente influirán en los ánimos de los electores. Estar en medio de la violencia inhibe cualquier participación. Es cuestión de ver lo que está pasando en algunas ciudades donde la gente ha optado por quedarse en sus casas ante los graves riesgos que tiene salir de ellas.

Otro caso a atender es donde se ha llegado incluso a proponer, a través de una legisladora, la posposición de las elecciones.

La violencia política no sólo pasa por los lamentables asesinatos, pasa por la intimidación, las amenazas, la creación de ambientes adversos, porque todo esto se mueve en los términos de la impunidad.

El gran riesgo es que en muchas comunidades se opte en el día de las elecciones por no salir a la calle.

RESQUICIOS.

Ya es una constante que en cada celebración de un título de futbol americano, beisbol y hasta hockey en EU las cosas terminen mal. La “fiesta” sirve en ocasiones como actos de protesta, pero también son parte de un vandalismo latente que permea ante cualquier pretexto en un país en donde las armas son parte de su idiosincrasia.