Por Sandra Luz Tello Velázquez
En junio ondean arcoíris y los colores pintan espectaculares, en ocasiones como gesto de visibilidad en otras como recurso de la mercadotecnia, aunque el verdadero orgullo, el que incomoda socialmente, el que transforma, es el que se sostiene con memoria, con resistencia y con dignidad. El mes del orgullo LGBTIQ+ no es solamente una fiesta de colores, representa en muchos casos una herida que no ha cerrado y se hace visible a través de una marcha que no está dispuesta a detenerse.
Hace más de cinco décadas, mientras el país se estremecía por la represión del Movimiento Estudiantil del 68, una voz se alzó con fuerza en otra trinchera, también criminalizada y más escondida, era la disidencia sexual. Luis González de Alba, uno de los líderes del movimiento, redactó el manifiesto “Contra la práctica del ciudadano como botín policiaco” y legó una crítica feroz contra el abuso del Estado y la brutalidad policial en contra de los homosexuales, travestis y personas “sospechosas” de no encajar en la norma. Un manifiesto escrito en 1975 que, parece seguir vigente en muchos rincones del país.
Es cierto que la causa del movimiento LGBTIQ+ se ha convertido en bandera de algunos grupos políticos que aparentemente luchan por los derechos de la comunidad, sin embargo, ¿de qué sirve legalizar el matrimonio igualitario en los 32 estados si los crímenes de odio crecen sin freno y la impunidad los arropa? ¿Qué sentido tienen las reformas a los códigos civiles cuando a un joven trans se le niega la atención médica? ¿Cómo podría celebrarse el orgullo de Ser, si el miedo aún camina de la mano con aquellos que se atreven a amar diferente?
Aún con todos esos cuestionamientos hay motivos para resistir y para creer que es posible alcanzar la victoria. En los últimos años, el movimiento LGBTIQ+ en México ha conquistado espacios en el Congreso, en la Suprema Corte, en las universidades, en los barrios y en las rede sociales. Ha logrado que el país deje de mirar hacia otro lado. Ha hecho de lo íntimo un asunto político. Ha forjado alianzas entre feminismos, juventudes, comunidades indígenas y colectivos de trabajadoras sexuales. Ha puesto sobre la mesa temas como la educación sexual integral, la justicia trans y la reparación histórica.
El orgullo es también memoria: de los que no pudieron llegar, de aquellos que fueron asesinados, desaparecidos, silenciados. El orgullo es un acto radical de aceptación y empatía, de defensa de la vida, de afirmación de sí mismo frente al odio. Porque, como dijo González de Alba, “la sociedad se defiende mejor si nadie es perseguido por ser como es”.
Este 28 de junio, sentirse orgullosamente LGBTIQ+ en México debe ser más que un acto político o una campaña publicitaria de alguna marca internacional, pues las personas lesbianas, homosexuales, bisexuales, transgénero e intersexuales (LGBTIQ+) siguen enfrentándose al estigma, la exclusión y la discriminación generalizada, incluso en la educación, el empleo y la atención sanitaria.
Por lo anterior, transformarse en aliado de la lucha en los espacios educativos, familiares, laborales y comunitarios no es una concesión, es un deber con la justicia y la equidad para todas y todos.