Quebradero

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Debates. Polarización y descalificación

Por Javier Solórzano Zinser

Por más obvio que sea, es importante consignar que la polarización permea en campañas y debates. Éstos se han convertido en una manifestación de las confrontaciones, los intentos de descrédito, el insulto y afirmaciones que en algunos casos difícilmente se pueden sostener.

Los debates presidenciales se han expandido en forma a todos los encuentros que han tenido los aspirantes a cargos públicos, sin importar si son para gobernador, para diputados y hasta para presidentes municipales.

No se trata de que los debates sean espacios en donde no se suba el tono de voz o que no surjan señalamientos e intentos de descrédito de quienes en ellos participan. El asunto está en que si todo termina en los terrenos de la confrontación se pierde el sentido que puede tener para intercambiar puntos de vista sobre cómo gobernar.

A esto se suma el hecho de que se prometen y se dicen muchas cosas, las cuales al final no tienen bases como para validarse y se convierten en ideas que acaban viéndose como si fueran ciertas.

En el pasado debate presidencial se presentaron datos y propuestas que en más de algún caso no eran precisas a pesar de que se citaban como fuentes instituciones reconocidas, en algunos casos eran verdades a medias o formas singulares de interpretar las cosas.

Sin embargo, las cifras se dieron como válidas e incluso han servido para extender las campañas con base en lo que se dijo en los debates. Han sido “útiles” para elementos propagandísticos o para desacreditar a los adversarios.

Las candidatas y el candidato plantearon temas que, sin duda, son relevantes, pero el gran asunto está en que es todo un enigma cómo le van a hacer para cumplir buena parte de lo que han prometido. Se plantean propuestas que se ve difícil que se puedan cumplir, sobre todo porque se pronostican problemas económicos que van a obligar a la ganadora a buscar la manera de tapar los hoyos sin dejar de atender asuntos verdaderamente prioritarios, como son los programas sociales hasta la lucha contra la pobreza.

A todo esto, se ha venido sumando un uso de lenguaje cada vez más agresivo, el cual se convierte, casi que de manera inevitable, en lo que llama la atención y es lo que se destaca para hablar de los debates. Es inevitable que esto suceda, porque en términos de los debates se consideran posiciones de fuerza y, sobre todo, que da la idea entre la ciudadanía de que son aspirantes con peso y valor.

No hay indicios de que las cosas pudieran cambiar en el tercer debate. Lo importante está en la posibilidad de que las candidatas y el candidato se hagan preguntas directas, porque eso va a permitir un diálogo y además la posibilidad de que entre ellos puedan profundizar en los rudos temas de seguridad, democracia, división de poderes, delincuencia organizada y cárteles de la droga.

En los debates en los estados las cosas no han sido muy diferentes. En Jalisco, Veracruz, CDMX y Yucatán, para hablar de algunos de ellos, en los que se han dado con todo quedando en la percepción ciudadana de que más que debatir se la pasan peleando.

La cuestión es si existen otras formas en medio de tanta confrontación y polarización de debatir. Hacerlo paradójicamente podría hacer perder fuerza a quien trate de que prevalezca la civilidad. A Xóchitl Gálvez después del primer debate se le dijo que tenía que ser más agresiva, más allá de que en ese debate dio la impresión de que estaba en medio de un caos personal y desorganizada.

En el segundo debate, la candidata de la oposición pasó a la ofensiva y generó un singular consenso en el sentido de que habría ganado el debate.

No parece que vayan a cambiar las cosas, pero como fuere, es fundamental que nos digan qué proponen para enfrentar mayor problema que tenemos: la inseguridad.

RESQUICIOS.

María Amparo Casar desde hace tiempo está en la mira de Palacio Nacional. Le buscaron hasta debajo de las piedras para tratar de ponerla en evidencia, lo cual están lejos de lograrlo.