El mundial de Argentina
Por Javier Solórzano Zinser
Lo que significa para Argentina el futbol difícilmente lo viven otras naciones. Cuando la albiceleste perdió con Arabia Saudita se dijo en Argentina que más le valía a los jugadores no regresar si no le ganaban a México, lo cual parecía una empresa compleja.
Después de ver este partido quedó claro que el juego pasaba más por la especulación y la incertidumbre que por lo que iba a ocurrir en la cancha.
El encono de los aficionados rebasaba cualquier razonamiento. Era tal el enojo que en radio, televisión y en las redes se cargaron de todo tipo de comentarios desbordados irreflexivos y fuera de lugar, pero como fuere, parte de una dinámica interna. Era una manifestación colectiva hacia el significado que se le da al juego y a “su” equipo, no hay medias tintas es el todo o nada.
Todo pasa por el amor, la pasión desbordada que llega a ser incomprensible. Es parte de un nacionalismo integrado al gen argentino y es una forma de ser en la vida de los aficionados y los periodistas, todo se vive al límite.
Los jugadores tienen claro el orgullo y la responsabilidad que significa jugar en la selección, y también tienen muy claro a lo que se exponen. Todas las declaraciones de los jugadores después de coronarse campeones del mundo tienen casi como único referente a los aficionados, hablan de sus familias, de su infancia y de sus amigos, pero el objetivo central es el aficionado, al cual le rinden tributo, reconocimiento, ubicándolos como parte de la selección misma.
La victoria sobre México medio tranquilizó a los aficionados. La paz regresó al pasar a la siguiente ronda y, sobre todo, al ver a su equipo bajo una nueva dinámica. La selección fue entrando en el camino de la reconciliación con la furibunda y muy exigente afición disipando dudas con la certeza de que había futuro y de que Messi era el guía.
El futbol es parte de la vida e identidad de Argentina. Cada semana las y los argentinos se entregan a sus equipos, la pasión rebasa por mucho a lo que se vive en la cancha. El espectáculo y la pasión están en la tribuna y en las calles, todo se desborda sin importar contra quién juegue su equipo.
La albiceleste no fue a Qatar a jugar un quinto partido, fue a llevarse la Copa. Los aficionados lo exigen y no aspiran a algo menos. Los jugadores lo saben, lo cual no solamente pasa por exigencias externas, sino fundamentalmente por lo que ellos se exigen y quieren hacer.
La reconciliación se fue dando poco a poco en el Mundial; sin embargo, la única manera en que el futbol argentino pudiera tener una especie de reconciliación e incluso el perdón, o algo parecido, de su afición era el título.
La fiesta desbordada de estos días, incluso en Qatar, tiene que ver con el sentido que se le da al futbol, pero también con manifestaciones de nacionalismo, ganó la selección y ganó el país.
El juego es una de las formas en que se define la nación y la patria. Los 5 millones de argentinos que estuvieron en las calles festejaron al futbol, a su selección, a ellos mismos y a su país. El juego pasa por la cancha, pero también por ellos, son parte genuinamente de su equipo.
A pesar de ser grandes rivales, Argentina y Brasil se parecen. El futbol es su identidad, es una forma de definición de nación, la diferencia está en que Argentina es hoy el referente y faro, en tanto que Brasil está desde hace algunos años en los terrenos del “ya merito”.
La selección argentina le dio al país una momentánea reconciliación. El nacionalismo revivió gracias al futbol y, por lo menos, durante el Mundial la alegría y la fiesta fueron una forma de vida que logró pasar a segundo plano las innumerables adversidades en que viven.
A través de su gran pasión Argentina se pudo ver cara a cara y a los ojos.
RESQUICIOS.
Está en un laberinto la relación entre los gobiernos de México y Perú. No somos víctimas, porque de alguna manera parte de la crisis fue provocada por México. No serán estos gobiernos los que resuelvan este lamentable problema.