Nuevas formas de medir el éxito profesional

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Por Miguel Casillas

Uno de los aspectos más difíciles de transformar dentro del proceso de socialización universitaria es el sentido con el que se realizan los estudios. Por supuesto, los estudiantes universitarios viven un intenso proceso de identificación con respecto a su profesión o disciplina de estudios, se afilian progresivamente al campo disciplinar y van construyendo maneras de ser, de hablar, de pensar, de vestir `que los van convirtiendo en físicos, historiadores, arquitectos, biólogos, odontólogos o matemáticos. Esto lo realizan motivados por un sentido de superación personal, les representa la realización de una aspiración o una meta.

El progreso, la mejora, la movilidad social son términos relativos que en cada historia personal cobran un significado particular.

A nivel universitario llevamos unos 150 años formando profesionistas con muy diversos grados de compromiso con su sociedad, pero ha predominado un sentido utilitario en donde se privilegia el éxito medido en dinero y en prestigio. La formación profesional ha estado subordinada a los mercados económicos. Todo ello ha contribuido de manera contundente en la crisis ambiental que sufre el planeta pues hemos contribuido con la industrialización, la devastación medioambiental, el uso indiscriminado de agentes tóxicos para el campo, las personas y los animales.

Hace 8 días reproducía en estas páginas la Declaración universitaria frente a la crisis ambiental, y hay que volverlo a decir: “toda la evidencia científica indica la gravedad de la crisis ambiental que vivimos y que pone en riesgo las condiciones de la vida (de todos los seres vivos) en el planeta. La crisis ha sido provocada por la industrialización, el hiperconsumo, por priorizar los beneficios económicos por sobre los riesgos ambientales; la crisis afecta de modo diferenciado a los grupos humanos, aumentando la desigualdad y la marginalidad social. La crisis es inminente, pareciera irreversible, progresiva y urge de una acción mundial concertada para detenerla”. En ese sentido hemos propuesto transformar el sentido de la enseñanza cambiando a profundidad los planes de estudio que promuevan el uso de tecnologías sucias, el extractivismo y la destrucción ambiental como vía del desarrollo, el hiperconsumo y la sobrevaloración del dinero. Se trata de contribuir desde la universidad a la generación de una nueva conciencia social que propicie un cambio civilizatorio en el que logremos reformular nuestro papel como humanos en los ecosistemas naturales.

Históricamente subordinado a una lógica económica, y agudizado durante el periodo neoliberal, sobre el campo universitario se impuso una visión reducida del éxito de nuestros egresados y de sus procesos de movilidad social, la cual tendió a ser leída en función del salario y la posición en la empresa, incluso la velocidad para encontrar el trabajo y la correspondencia entre el trabajo y los estudios realizados. En función de esta perspectiva es que se realizan la mayoría de los estudios de egresados y son éstos un referente primordial para la renovación curricular.

Para pensar desde otra perspectiva nuestro sistema de educación superior, necesitamos nuevos referentes. No podemos seguir midiendo el desempeño de nuestros egresados subordinados a la óptica económica; tenemos que pensar en su compromiso social y en su felicidad.

El éxito profesional debería ser entendido en función de la contribución de cada persona a la lucha por preservar la vida en el planeta; por la capacidad de nuestros egresados para transformar las prácticas profesionales y cambiar al mundo; `por su capacidad de utilizar el conocimiento de sus disciplinas para pensar en la conservación y la restauración medioambiental; por sus contribuciones específicas, ligadas al territorio, para ayudar a las sociedades humanas a su adaptación a nuevas condiciones de vida, trabajo y desarrollo; por su contribución para diseñar sociedades menos desiguales y sin pobreza. Deberíamos exaltar el beneficio público y el sentido social de las profesiones.

También el éxito debe ser valorado desde los diferentes grados de satisfacción y de realización personal. Deberíamos de dejar de medir salarios y posiciones en la empresa, para medir grados de satisfacción, compromiso, identificación y realización personal de nuestros egresados. Es imprescindible una perspectiva de género que valore la diversidad social.

La vieja idea que sostenía que estudiar una carrera determina el destino social de los egresados es un absurdo. En una sociedad globalizada, donde los oficios están en constante mutación y donde los conocimientos disciplinarios se entrelazan para encontrar soluciones interdisciplinarias a los nuevos problemas, las viejas fronteras entre profesiones y disciplinas se están desvaneciendo. Por lo mismo, sobredeterminar la correspondencia entre el trabajo y el área de los estudios, no tiene sentido. Quizá deberíamos de comenzar a medir las nuevas capacidades de adaptación y de transferencia de conocimientos que ocurren en los entornos laborales contemporáneos.

A nivel universitario debemos romper con el utilitarismo, con las visiones económicas estrechas, dejar a un lado el hiperconsumo como modelo de vida y de prestigio para formar un nuevo tipo de ciudadano, un agente transformador de su sociedad, una persona con otros valores, comprometida en la lucha contra la crisis ambiental, y la pobreza y la desigualdad social.