Quebradero

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La página más negra

Por Javier Solórzano Zinser

El sábado se vivió una de las páginas más negras en la historia del futbol mexicano. No hay necesidad de ver lo que pasa en otros estadios del mundo porque los nuestros son la manifestación de la violencia, la cual no es ajena a lo que sucede en nuestra cotidianidad.

Hace unos meses en varios estadios del país se suscitaron hechos violentos, el Azteca fue ejemplo de ello. Se prendieron focos rojos, se hicieron miles de promesas para erradicar la violencia para terminar otra vez donde empezamos.

En lo general, se vive bajo la ausencia de efectivos sistemas de seguridad quizá por la presunción de que sólo algunos partidos merecen la calificación de alto riesgo.

Lo sucedido el sábado pone en entredicho muchas cosas, porque la violencia al estar entre nosotros casi como forma de vida se desata a la menor provocación. Una cosa es la pasión que provoca el futbol, pero otra muy distinta es que la violencia sea una manera de manifestarla.

La afición de Querétaro en más de una ocasión se ha mostrado violenta, existen documentados testimonios de ello. La del Atlas tiene un historial desigual, el hecho de que su equipo haya quedado campeón y que venga jugando bien ha atemperado los ánimos.

Esto no es suficiente para quitar del radar lo que puede suceder en un estadio de futbol en un país que viene acompañando la violencia desde hace tiempo. Todo es susceptible de ser atendido, revisado y sobre todo tener protocolos de seguridad para la entrada y salida a los estadios y para el desarrollo de los juegos.

En el Corregidora pasaron más cosas que de costumbre. La provocación estuvo presente desde que empezó el juego y las autoridades no hicieron el más mínimo acuse de recibo. Dejaron pasar las cosas, incluso abrieron puertas, para que se enfrentaran las porras y que las familias, eje de la tribuna, quedaran a la intemperie en medio de un caos incontrolable.

La violencia que nos rodea tuvo en Querétaro uno más de sus pasajes. No tiene sentido tratar de politizarla, porque difícilmente hay en el país estados que la puedan librar. El problema es sistémico, el cual pasa por los estadios porque a la primera provocación empiezan los golpes entre “aficionados”, hoy conocidos como “barras”, absurdo concepto importado que cada vez sale más caro, más riesgoso y más peligroso.

Los esfuerzos sin seguimiento y la violencia existente tiran por los suelos las intenciones. En 2014 por hechos violentos en los estadios se planteó crear un padrón de agresores y castigar hasta con cuatro años de cárcel las riñas en los estadios. Si se hubiera hecho un seguimiento muchas cosas se hubieran evitado, no se hizo quizá, porque de manera colateral podía ser un golpe al sentido del negocio.

Las consecuencias las vimos el sábado en que, si bien las cosas llegaron al extremo, forman parte del clima que a menudo prevalece en los estadios, fuera de ellos y en muchas calles de las ciudades; es un todo que también pasa por los estadios de futbol.

Llama la atención que desde el Gobierno federal no se haya hecho algún tipo de pronunciamiento. Da la impresión que todo lo que tiene que ver con el futbol al Presidente se le resbala; sin embargo, lo sucedido va más allá del futbol, fue un acto de violencia que nos pone en entredicho y podría ser ocasión de castigos por parte de la FIFA, lo que podría incluir que el futbol mexicano, maltrecho y cuestionado en la cancha, sea aislado.

En La Corregidora apareció la crisis del futbol, apareció la violencia que nos rodea, apareció la falta de protocolos de seguridad, la incapacidad y complicidad de las policías, y un retrato de lo que somos.

El golpe nos lo llevamos todos, lo que incluye al futbol.

RESQUICIOS.

La filtración y conversación del fiscal, no desmentida, en un caso que es juez y parte podrían confirmar la guerra intestina que pudiera existir al interior del Gobierno. No puede pasar por alto lo sucedido para el Presidente, no hay manera  de echar culpas cuando la bronca es interna.