Las fotografías
Por Javier Solórzano Zinser
Efectivamente, no hay nada de ilegal en que Emilio Lozoya se mueva libremente porque la autoridad es quien en un desaseado proceso le ha permitido moverse como quiera.
Es paradójico que después de tanto tiempo la primera imagen del personaje sea en un restaurante con sus cuates. Desde que llegó a México no lo pudimos ver, todo se manejó en el mayor de los sigilos en medio de un entorno en que si algo parece es que se trata de proteger a Lozoya a toda costa con tal de que no se le vea su rostro.
Si nos atenemos a los hechos, Lozoya ha hecho lo que ha querido sin darle a la entregada Fiscalía elementos fundados para que pueda actuar y demandar a los presuntos responsables de hechos de corrupción.
Meter el asunto en terrenos de “inmoralidad”, por más que sea un argumento importante para el Presidente, coloca la situación bajo escenarios de una profunda subjetividad. No solamente por aquello de que “la moral es un árbol de moras”, sino también porque son valores que tienen diversas formas de verse e interpretarse.
Es evidente que para Lozoya y su entorno temas como la moral pasan a segundo plano, su presencia pública evidencia la forma en que se ve a él mismo. Con todo lo que ha provocado uno imaginaría que un personaje de esta naturaleza si algo haría sería manejarse con prudencia y discreción.
Es muy probable que sea la primera vez que se tenga registro del personaje en lugares públicos, en función de lo que se va sabiendo seguramente no es la primera vez que se mueve a sus anchas, más allá de donde lo tienen detenido o consentido, ya no se sabe.
Lo que deriva de las fotografías que dio a conocer Lourdes Mendoza, en cierto sentido como un elemento de defensa, sobrevivencia y denuncia, es que queda a la vista de la sociedad la libertad en que se puede mover un personaje sobre el cual penden serias acusaciones, pero que a través de información que dice tener le permite salvar el pellejo y mantener de alguna u otra manera sus privilegios.
Inevitablemente, se han dado comparaciones respecto a lo que la misma Fiscalía ha desarrollado en otros casos. Si bien hay cierto maniqueísmo, no dejan de señalarse algunos asuntos como el de los científicos a quienes se ha tratado como si fueran parte de la delincuencia organizada.
Los procesos legales toman su tiempo. Lo que ha hecho Lozoya y su equipo legal es alargar al máximo el proceso, lo que significa tiempo el cual, entre otras muchas cosas, le da capacidad de maniobra y más si puede hacer lo que quiera, a diferencia de personas acusadas a quienes se les ubica en casas de seguridad o algo parecido.
Por más que legalmente Lozoya se pueda mover libremente el asunto deja un pésimo sabor de boca. La razón es que pareciera que la impunidad prevalece, porque hasta ahora los dichos del exdirector de Pemex no han producido la mucha alharaca que se ha armado.
Muchas cosas no han sido del todo comprobadas y lo más grave es que dejan al personaje suelto, siendo que es el eje de un caso que el propio Presidente ha mencionado una y otra vez como emblemático en su lucha contra la corrupción.
El controvertido fiscal tiene ante sí un caso que significa mucho para el gobierno y para el país. Las evidencias de la corrupción de Odebrecht pasaron por muchos gobiernos de Latinoamérica. El caso mexicano tardó en llegar, pero cuando se detuvo a Lozoya se abrió una expectativa, porque el asunto tiene que ver con las formas de corrupción que hemos padecido en nuestro país.
La pelota sigue estando en la Fiscalía que ya se está tardando con todo lo que esto provoca. Las fotografías tienen un tufo lamentable y de impunidad sea legal o no que un acusado como Lozoya cene en el Hunan.
RESQUICIOS
No dejan de llegar migrantes a Tapachula. Las peticiones de asilo crecen, porque queda claro que EU no va a abrir sus puertas. Es necesario adaptarse a la nueva dinámica y, sobre todo, respetar los derechos de los migrantes y no hacer de la contención la detención.