Rúbrica

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Revisionismo nacional-populista

Por Aurelio Contreras Moreno

En lo que podría calificarse como su primer movimiento de “solista” después de la elección, la virtual presidenta electa Claudia Sheinbaum anunció que envió una iniciativa de reforma constitucional para desaparecer la reelección inmediata de los senadores y diputados, tanto federales como locales, así como de los ediles.

La figura de la reelección en estos cargos en específico fue incorporada en el texto constitucional en la reforma electoral de 2014, bajo el argumento de procurar una especialización y una carrera legislativa, así como la continuidad de proyectos en el ámbito municipal que en tres años de periodo no se pueden llegar a concluir.

Sin embargo, la realidad es que la reelección se convirtió, como todo lo relacionado con la podredumbre de la política en México, en un arma para la construcción de cotos de poder de grupúsculos y succionadores del presupuesto que se enquistaron en los cargos sin especializarse en nada, más que en vivir del erario.

Por ejemplo, gracias a la reelección, un sujeto sin preparación, burdo y corrupto como Juan Javier Gómez Cazarín fue diputado local de Morena y presidente de la Junta de Coordinación Política del Congreso de Veracruz durante seis años consecutivos, en los que convirtió al Poder Legislativo estatal en el hazmerreír nacional por la pésima calidad y la ínfima producción de leyes, muchas de las cuales le fueron echadas abajo por inconstitucionales. Pero como en la autoproclamada “cuarta transformación” no importa la capacidad sino la procacidad, ahí lo mantuvieron, medrando desde sus dos plurinominales, porque nunca nadie votó por él en ambas oportunidades.

Como él, muchos y muchas no dieron muestras de que la reelección directa diera algún fruto o significara alguna clase de beneficio, ni en lo social, ni en lo legislativo ni en lo político. Así que de entrada no parecería una mala idea suprimir la figura.

Empero, los argumentos para desaparecer la reelección dados por Sheinbaum y quien se desempeñará como futura titular de la Consejería Jurídica de la Presidencia, la ex fiscal capitalina Ernestina Godoy, distan de ser producto de una reflexión sobre su verdadera utilidad y efectividad. Son, para no variar, líneas de demagogia y politiquería, aunque con jiribilla: una especie de revisión y recuperación de los principios fundacionales del nacionalismo revolucionario, el basamento político-ideológico del PRI, el abuelo de Morena.

En palabras de Godoy, “estamos regresando nuevamente a lo que fue el lema de la Revolución Mexicana, que es su práctica efectiva de la no reelección en nuestra historia y que en algún momento se faltó a esto (sic). La doctora (Sheinbaum) decide regresar y retomar la esencia de la Constitución de 1917”.

Aunque es una falacia –otra más- eso de “retomar la esencia de la Constitución de 1917”, pues para ello tendrían que revertir prácticamente todo lo que dice actualmente el texto constitucional –que ya nada tiene que ver con el original, por obvias razones-, la intencionalidad política que se asoma en esta iniciativa deja ver la intención de un nuevo arreglo en la transmisión del poder luego de que Morena obtuviese una mayoría que hace retroceder al país al sistema de partido hegemónico, el del viejo régimen priista reeditado por el obradorato y Morena.

La lógica que dio origen a ese sistema fue la del reparto del poder entre los mismos integrantes del régimen, congregados dentro de los márgenes del partido oficial, creado para terminar con las disputas armadas como medio para acceder a los espacios de decisión.

Al no haber reelección en ninguno de los cargos sometidos al voto popular como parte de la construcción histórica que da sentido a la Revolución Mexicana, y toda vez que la competencia política era únicamente interna, pues la oposición al régimen era solo testimonial, esto permitía el relevo de los grupos políticos en el poder cada sexenio y trienio, evitando que una sola persona se eternizara en los cargos, lo cual en el pasado había ocasionado todos los conflictos armados de finales del siglo XIX y principios del XX.

Ese esquema –la competencia política se da dentro del sistema y los cargos tienen fecha de caducidad- le permitió al régimen priista perdurar en lo que el escritor Mario Vargas Llosa llamó “la dictadura perfecta”, una simulación democrática que intentaba esconder la dictadura de partido casi único en México y que funcionó a lo largo de siete décadas.

El morenato, tan proclive al patrioterismo histórico moldeado por el nacionalismo revolucionario y en más de un sentido más priista que el PRI, estaría retomando esa idea a través de Sheinbaum: la del reparto controlado de las “rebanadas del pastel” del poder dentro de los márgenes del partido oficial –habida cuenta que la oposición fue aplastada y buscan borrarla-, para lo cual hay que abrir cancha para la renovación de figuras, evitando que las mismas se eternicen en un cargo con la figura de la reelección.

Un revisionismo histórico, político e ideológico que se podría motejar en su versión actual como nacional populismo. A Plutarco Elías Calles no podría haberle salido mejor. Irónicamente, con un nuevo maximato a la vista.

Chiquigabinete

De medio pelo para abajo, el perfil del próximo gabinete estatal.

 

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