Por Uriel Flores Aguayo
Un sexenio, breve para sus conductores y largo para la ciudadanía, duró la alternancia morenista, no más. En muchos sentidos fue un tiempo perdido. Llegaron casi por accidente, en la ola obradorista. Pudo ser cualquiera, sin necesidad de aportar algo. No se dieron cuenta de esa circunstancia o simulan no advertirlo. Se comportaron como si ese poder fuera resultado de su trayectoria y méritos. Error fatal. Con el poder en sus manos se dedicaron a la fiesta, a la frivolidad y al saqueo; sin obviar sus perversas venganzas.
Ya instalados en el poder mostraron un rostro de nepotismo e ínfimos perfiles. Hicieron un gobierno familiar y de cuates. Creyeron que sus cargos eran infinitos y actuaron con soberbia y prepotencia.
Son administradores (malos), no gobernantes y mucho menos líderes. Valen por el cargo, sin él, son cero e intrascendentes.
Hicieron del gobierno una caricatura de AMLO, una repetición de las ocurrencias y fobias presidenciales. Sin ideas propias rápidamente se fueron esfumando en el imaginario popular. Ganaron también las elecciones del 21; pero con métodos represivos y contando con las precauciones opositoras. Hasta hora aparentan vivir en una burbuja, como si todo lo hubieran hecho bien y el futuro les sonriera. Están equivocados pero son repelentes a la autocrítica.
Se piensan superiores en función de sus ideas polarizantes y anti democráticas. No creen en el pluralismo, por tanto los otros no existen o únicamente representan el mal. Son demagogos, no hacen ningún esfuerzo de análisis y reflexión. No piensan. Son un gobierno de operadores básicos. No distinguen a su partido del gobierno, lo fusionaron. Son corporativos y clientelares. Han llevado sus abusos con los empleados públicos a niveles de esclavismo. Son viles.
Debut y despedida. Están moralmente derrotados. Sin banderas ni principios, sin causas ni ética, sin cambio ni honradez. Son del montón, son prescindibles.
Hay casos escandalosos como el de la diputación federal por Xalapa, donde Morena lleva nueve años con esa posición sin haber hecho absolutamente nada, dejando a la capital veracruzana sin representación popular. Es obvio que en Xalapa no deben seguir, que no merecen un voto más. Y tampoco en el resto del Estado. Por ejemplo, en el caso de los senadores y el gobernador, tan ausentes como inútiles.
Morena tendrá votos de simpatía hacia AMLO y de beneficiados de programas sociales que creen se lo deben a él, pero no le alcanzan. Ahogados en corrupción y libres de escrúpulos intentarán alterar el resultado electoral; son tan limitados que hasta eso les saldrá mal. Se van a topar con la dignidad y el hartazgo de la mayoría de los veracruzanos, además del anhelo de cambio. Ellos ya no representan algo nuevo, envejecieron súbitamente, son tradicionales y no tienen nada que ofrecer. Son una secta chafa. Son imitadores y charlatanes. Terminaron como una pandilla. Son tontos, no locos. No comen lumbre. Viene la desbandada y buscarán salvar el pellejo.
Cegados por su mitomanía creyeron que las próximas elecciones eran un paseo y ya se repartían los puestos de gobierno. No están preparados para la competencia, se ven torpes y hundidos en una apabullante mediocridad. Van a perder. Por el bien de Veracruz.
Recadito: del segundo se fueron a los veinte pisos.