Por Darío Fritz
La espera forma parte del vademécum que nos zarandeamos a diario. Como pueden ser también las vacilaciones para decidir, el acopio de enojos o las lecturas sobre las intenciones de otros.
Esperamos en la caja de cobro del supermercado, la parada del camión, el consultorio de la dentista, el semáforo en rojo, el ascensor que nos sube a la oficina, en no escuchar berrinches de niños ni de adultos. Un meme divertido o la sonrisa forzada que sigue al chiste más soso. Esperamos un día sin aburrimiento, dolores de cabeza ni el calor que aplasta neuronas. A la llamada, el mensaje, el beso, la brisa de aire fresco, que el técnico pase a arreglar el boiler, que ahora sí el billete de lotería traiga alegrías. La espera para reunir el dinero que pague la cuota del crédito hipotecario, de una noche sin mentiras de políticos en el noticiario, para que la lluvia se lleve de las calles el olor a orín de los perros.
Seis años atrás, la periodista y escritora alemana Andrea Köhler publicó en español un ensayo sobre las fugacidades de la vida titulado “El tiempo regalado”, donde advierte que “hacer esperar es privilegio de los poderosos… El que nos hace esperar celebra su poder sobre nuestro tiempo de vida, y el hecho de que jamás lleguemos a saber si nos están haciendo esperar a propósito es lo que confiere a este poder un carácter ominoso”. Apunta: “La espera es impotencia…Por eso, el que aguarda tiene a menudo la sensación de sufrir una injusticia”. Y cita a su compatriota Wilhelm Genazino: “Saber esperar es la condición previa de todo entendimiento”. Köhler, que se inspira y enriquece sus apreciaciones con ejemplos de la literatura, ahonda en la relación espera y tiempo. “A la espera le corresponde estructuralmente resistirse a terminar… La espera es un tiempo subjetivo. Algo te obliga a un alto en el transcurrir esperable de las cosas, y te conviertes de pronto en un felino hambriento. En el mejor de los casos la espera será tiempo regalado, aunque la mayoría de las veces sea simplemente tiempo perdido; sin embargo, en la espera el tiempo se convierte siempre en algo palpable”.
Puestos a diferenciar entre quienes cuentan con recursos económicos para esperar y quienes no los tienen, su disquisición afronta océanos de limitaciones y padecimientos entre unos y otros. Lo vemos en el encargado de un edificio que recorre dos horas diarias en tres transportes diferentes para llegar al trabajo, como en los hondureños y haitianos que con sus niños de cabellos ensortijados y miradas alegres se paran en avenidas y calles transitadas bajo un sol crudo de 35 grados a pedir apoyos para continuar con su derrotero migrante. En el 90 por ciento de los casos de quienes nacen en la pobreza, por su contexto educativo, territorial o laboral, nunca saldrán de allí, asevera a partir de sus estudios el neurocientífico estadounidense Robert Sapolsky.
“La esperanza está del lado del futuro; la espera está atrapada en el instante”, alienta Andrea Köhler. “La espera concluirá en tal y tal fecha y sin embargo, la esperanza alimenta notoriamente las chispas de mi deseo contra toda probabilidad”. Optimista, anticipa una posible salvación: “El que sabe esperar sabe vivir en el condicional”.
@DarioFritz