Por Uriel Flores Aguayo
Si lo que se dice públicamente es grotesco, asusta imaginarse lo que hablan en privado los personajes del poder. No es gracia. No por inédito y penoso debe ocultarse o dejarse pasar.
El presidente AMLO llegó al cargo con absoluta legitimidad y el abrumador apoyo ciudadano. Tenía las condiciones perfectas para hacer un gobierno de convocatoria nacional y comportarse como Estadista. Por razones no claras, pero que seguramente tienen que ver con su personalidad, carácter y visión, decidió ejercer un liderazgo partidista, común y de confrontación gratuita. Le faltó mucho para ser referente de generosidad para todos y para ser feliz él mismo. No puede ser feliz nadie que viva en el pleito, es un continuo desgaste físico y mental.
En la medida que pasa el tiempo sus expresiones continúan una ruta ascendente de ofensas y descalificaciones, incluso en niveles de crueldad y abuso. Alejado de las formas y el respeto se enfila a la intolerancia total y un cierre de sexenio peligrosamente anti democrático con riesgos de violencia.
Todo eso era evitable. Él lo quiso así. Es una pena que el proceso liberador y democrático de México, de al menos 60 años, haya derivado en una presidencia autoritaria. Es lamentable para todos, pero también para él. Es un gobierno individualista, de corte caudillista y con culto a la personalidad, donde todo gira en torno al presidente. Es un viejo presidencialismo como el que tuvimos en los tiempos más añejos del PRI. Es la visión de un solo hombre para el diseño del país de un hombre.
El problema es que estamos en tiempos modernos y en una sociedad distinta. Decir visión es hablar de un puñado de ideas y muchas ocurrencias; es llevar a la práctica lo que sea porque se puede hacer, porque se tiene el poder.
Los gobiernos caudillistas buscan la inmortalidad, no se detienen en reglas democráticas y periodos determinados de gobierno. Esa es la historia mundial pero especialmente en América Latina. Aquí somos excepción todavía por nuestra historia anti reeleccionista y la determinante correlación de fuerzas en el Congreso.
La ineficacia y la corrupción son inherentes a este modelo de gobierno. Es así por el precario equilibrio de poderes, las lesiones a la legalidad, el hostigamiento a la oposición y a la prensa y la anulación de las autonomías y a las organizaciones de la sociedad civil.
Del Presidente para abajo se opera un torneo de imitación. Los gobernadores y legisladores oficialistas quieren quedar bien y escalar en la estructura oficial replicando cualquier ocurrencia y barbaridad presidencial. Si uno ofende al contrario, otro escala en insultos y vulgaridad. De a poco se degrada la conversación y la vida públicas. Se ahorran argumentos y razones, dan mal ejemplo a las nuevas generaciones y niegan el ejercicio de la política.
La negación de legitimidad a las minorías, a los opositores y a los críticos hiere a la democracia, nos coloca en un escenario de guerra, de intolerancia, de eliminación y abusos. Y todo por la idolatría, por divinizar a un político y mantener el poder a toda costa. Es eso simplemente. Es igual que siempre. La incapacidad intelectual y moral para ser tolerantes, para construir, para hacer ciudadanía y generar bienestar sustentable y libre.
Lo que sigue será diferente aún si viene del morenismo. Serán tiempos de reconciliación, de ver por el desarrollo social y democrático; será otra alternancia incluso desde adentro.
Recadito: vamos el primero de mayo a la marcha de los trabajadores.