Por Ruby Soriano
Los eslabones se quebrantan no sólo por la debilidad, sino también por el desgaste que implica hacerle frente a una necedad propia de quienes se sienten dueños de la única verdad que debe regir en las democracias.
Sin embargo, ya nada fue antes para el “Señor Presidente” Andrés Manuel López Obrador quien está consciente que, para llenar la plancha del zócalo capitalino, tiene que habilitar el acarreo y obligar al burocratismo de Estado a ceñirse a su mandato.
El clima político cambió en México, donde se viven los tiempos de la imposición a la voluntad única de quien pretende establecer una verdad única, sin dar apertura a esa pluralidad y equilibrios que son indispensables en el ejercicio del poder.
En un franco clima de odio alentado desde la presidencia de la República, la conmemoración del 85 Aniversario de la Expropiación Petrolera se transformó en el escenario de linchamiento, donde los fanáticos del mandatario se lucieron al hacer apología de los feminicidios en México.
En un acto por demás deleznable, los seguidores del Presidente AMLO quemaron la efigie de Cartón de la Presidenta de la Suprema Corte de Justicia, Norma Piña, cuyo gran pecado para el fanatismo morenista, ha sido deslindar al poder judicial de las órdenes de un mandatario que pretende el absolutismo como una forma de imponer su voluntad.
El acto ha desatado la indignación incluso de algunos personajes que militando en el partido Morena condenaron los hechos, sobre todo en un momento donde México reconoce que sigue perdiendo la batalla frente a las cifras desgarradoras de feminicidios y violencia que se ejerce en contra de las mujeres.
Por otra parte, la ruptura de Andrés Manuel López Obrador con el líder moral de la izquierda en México, Cuauhtémoc Cárdenas Solórzano orilló al hijo de éste último, a presentar su renuncia como Coordinador de Asesores del Presidente AMLO.
La salida de Lázaro Cárdenas Batel reviste un gran significado para las lecturas políticas del país, en momentos donde México hierve como olla de presión, frente a tiempos puramente electorales.
El distanciamiento con la familia del Ingeniero Cárdenas Solórzano representa ese quebranto del gobierno de AMLO con la izquierda que lo empujó a fundar un movimiento que hoy se desdibuja para dar paso a los tiempos del “neo-morenismo” plagado de un “priismo transformador” que celebra el 85 Aniversario de la Expropiación Petrolera.
Una vez más, como si se tratara de una eterna campaña, pero sin rumbo, el mandatario convocó a sus seguidores y empleados a llenar la plancha del zócalo, como si el acarreo siguiera siendo el mejor sensor para medir su músculo político.
En este multitudinario mitin se perdió el encanto, la autenticidad, las ganas por derrocar al pasado y hasta la cercanía con el llamado “pueblo bueno”.
Hay un López Obrador agresivo y agresor de los que considera enemigos de la Nación y a quienes encasilla al parejo y sin distingo como opositores y herencia del neoliberalismo atroz.
En su discurso, el Presidente enunció por milésima vez, todos los beneficios de los programas sociales que abanderan su gobierno, según él, para los más pobres.
La Conmemoración del 85 Aniversario de la Expropiación Petrolera fue nulificada para ensalzar los proyectos presidenciales que no tienen para cuándo cuajar.
El gobierno que lidera López Obrador ni de broma le da espacio a la crítica, a los cuestionamientos que una y otra vez, exhiben todo lo turbio que alrededor de los suyos, se gesta con mucha desfachatez.
El espionaje del ejército a activistas y civiles ha sido minimizado por el mandatario.
Los jugosos negocios del Grupo Vidanta en la Riviera Nayarita que involucran a ex funcionarios de su gabinete, los atropellos ambientales en el sureste para imponer un proyecto como el Tren Maya, la obsesión por la desaparición de organismos autónomos que puedan servir de contrapeso, la persecución y descalificación a periodistas y medios de comunicación, son los nuevos arquetipos del López-obradorismo en México.
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