Quebradero

Share

Desolador

 

 

Por Javier Solórzano Zinser

Los intentos de diálogo de sacerdotes con la delincuencia son para atemperar la violencia o buscar soluciones y diálogo. Son recursos de alto riesgo que van de la mano de procesos en que las autoridades están rebasadas. Se cierran los canales de comunicación Y se pretende buscar salidas a los conflictos.

Hace algunos años el cártel de los Arellano Félix buscó al nuncio de la Iglesia católica que lo recibió en la sede del Vaticano en la CDMX. Trataron de encontrar puntos coincidentes para que los dejaran de perseguir. Girolamo Prigione intercedió por ellos, pero las cosas no pasaron de ser un encuentro que se convirtió en un asunto de interés colectivo y mediático.

Como este pasaje hay muchos más. La Iglesia católica siempre ha sido un referente en casos en que la delincuencia busca diálogo que permita resolver, o algo parecido, sus delitos.

Muchos sacerdotes se convierten en interlocutores válidos. Es por ello que en muchas ocasiones son los propios prelados quienes buscan interlocución como parte de su función de ministros religiosos, pero también, porque al saberse personas que se pueden sentar a la mesa materialmente con cualquiera buscan ser interlocutores para resolver problemas.

En años recientes también los sacerdotes han jugado un papel importante en política. La gestión de don Samuel Ruiz en la irrupción zapatista fue clave para que el Gobierno y el EZLN pudieran sentarse a la mesa, en aquellas históricas conversaciones en San Cristóbal de las Casas.

Hay muchos ejemplos más. Mencionamos estos dos casos porque es muy probable que sean los que estén más cerca de nosotros en la memoria, seguramente hay muchos encuentros más de primera importancia que hayan sido parte de la solución de problemas mayores o menores que sean.

Cuatro obispos de Guerrero tomaron la decisión de reunirse con líderes de los grupos criminales asentados en el estado. Han escuchado a los ciudadanos en medio de sus penumbras y ellos mismos se han visto presionados por el actual estado de las cosas en casi toda la entidad.

José de Jesús González Hernández de la diócesis de Chilpancingo-Chilapa, explicó después de la celebración de la misa del miércoles pasado que “nos han matado ministros de la comunión, nos han matado presidentes de adoración nocturna, nos han matado papás de acólitos, nos han matado… Ya nos están tocando a nuestra gente, a nuestros fieles…¿Entonces? ¿Qué está pasando?… estamos llenos de Ejército y delincuentes… y se siguen cometiendo asesinatos”.

Por lo expresado por el encargado de la diócesis Chilpancingo-Chilapa el encuentro no sirvió de mucho. Asegura que querían imponer condiciones y que no estaban dispuestos a ceder en nada. La respuesta de los dirigentes de la delincuencia organizada muestra lo que se está viviendo en Guerrero y en muchos otras partes del país. Si en otro tiempo los sacerdotes podían jugar un papel de acercamiento para ir atemperando conflictos en esta ocasión no dio resultado, porque está visto que no hay manera de poner freno a lo que se está viviendo.

La intransigencia prevalece, porque los cárteles saben que tienen cada vez un mayor control sobre el estado y en muchos casos sobre las autoridades. Lo que pasa en Chilpancingo es la mejor prueba de ello. Se han apoderado de la capital del estado atemorizando a los ciudadanos en medio de la impunidad y de gobernantes que le piden a la gente ir a trabajar caminando, porque no hay transporte.

La situación es desoladora. Los cárteles pelean la plaza teniendo como rehenes a los ciudadanos y a las autoridades como espectadores, y en medio de todo ello ya ni los sacerdotes pueden ser interlocutores.

RESQUICIOS.

El Gobierno reclama que los transportistas se hayan levantado de la mesa de negociaciones. Nos dicen que se debió a que no encontraron respuesta del Gobierno a sus demandas y que se mostraron insensibles a temas como la violencia en las carreteras. Se levantaron para protestar ante la negativa de sus propuestas.