El triunfo de los oscuros

Share

Por Darío Fritz

Si busco un sinónimo para invisibilizar, el diccionario refiere a intocable, intangible, oculto, secreto, imaginario. Muchas veces la muerte de personajes políticos extendió su leyenda, ya de por sí poderosa cuando estuvieron vivos. Pero podía transformarse en un riesgo. Los soviéticos sin saber qué hacer con el cuerpo de Lenin, los militares argentinos con los restos de Evita Perón y luego el de su esposo, Juan Perón, al que desconocidos le cercenaron las manos, los romanos con Julio César, o la disparatada turba que destruyó la pierna cercenada del general Santa Anna. Hitler y Bin Laden sin una lápida dónde se los pueda recordar.

Invisibilizarlos ha sido de todos modos imposible. La muerte para esos casos es tan sólo una desaparición física. Pero para millares que no cargan detrás con la marca de la resonancia, el verbo desaparición acompaña al de invisibilizar como si hubiesen nacido semejantes. Se planta como un sinónimo más preciso a los que otorga la definición de la RAE. En esos millares de casos, invisibilizar y desaparecer se asocia a negar el presente, quitarlos de la memoria social, impedirles todo acceso a la justicia.

¿Quién recuerda a Epifanio Avilés Rojas, el primer caso documentado de desaparición forzada -1969- en  México? Ya suman 18 años sin resolverse la desaparición de Alfredo Jiménez Mota, periodista sonorense secuestrado supuestamente por policías vinculados con narcotraficantes; en el anonimato continúa José Francisco Cano Flores, desaparecido en Guanajuato en agosto de 2018. Pero como si la tragedia cumpliera un relato circular, a José Francisco se le acaba de sumar su hermana Lorenza -lo buscaba desde entonces junto a un colectivo de Salamanca-, secuestrada el 15 de enero pasado en su propia casa. Nada se ha sabido de ella desde entonces. Y que se vaya a saber en el corto plazo sería un exceso de optimismo, no sólo por antecedentes de casos similares sino porque los secuestradores le mataron al esposo y un hijo por intentar defenderla. Tres casos de impunidad entre miles. 114,404 personas desaparecidas y no localizadas, dice el último registro oficial, y 94% de casos judiciales sin resolver.

Llegar a esta cifra dramática en tiempos de democracia es un triunfo de los perpetradores de tantos crímenes, se llamen grupos criminales o autoridades. Pero también de quienes han asumido responsabilidades de investigación en el Estado. La desmovilización social, la falta de interés ciudadano, alimenta la inoperancia gubernamental cuando el tema sólo interesa a los cercanos a las víctimas. Desaparecer invisibiliza. La desaparición de personas explotó con Felipe Calderón, se acentuó con Enrique Peña Nieto y puede que el actual sexenio termine como el peor, según han denunciado los colectivos de mujeres y familiares de las víctimas. Hasta 39 personas pueden desaparecer por mes en el país. Declive en el número de hallazgo de víctimas, manipulación de cifras, despidos de profesionales capacitados y reemplazos por personal inexperto, metodología de trabajo oscura, recursos que no se auditan ni transparentan, alimentan las impericias gubernamentales.

Mujeres amas de casa, empleadas, profesionales, han tenido que salir a buscar a sus hijos y familiares, con todas las desventajas a cuestas, para transformarse en expertas forenses, como Lorenza Cano Flores. Son la constatación de la desidia en las políticas de Estado. Su rebeldía ante la deserción oficial se ha traducido en hallazgos. Como contrapartida se las intenta intimidar con la desaparición y el asesinato. Tres madres y dos hombres de estos colectivos perdieron la vida antes que Lorenza en Guanajuato. También hubo feminicidios contra ellas en Chihuahua, Sinaloa, Sonora, Puebla, Morelos.

Conscientes de que ese Estado no las protege y las abandona, han tenido que ir al meollo del asunto: resignarse a pedirle al crimen organizado que les deje buscar los restos de sus hijos. ¿Para qué perder el tiempo en reclamarle a los gobernantes? Hasta allí se han obligado a acotar sus reclamos de justicia.

@DaríoFritz