Por Carlos Tercero
En la lucha por una sociedad justa e igualitaria, los conceptos de igualdad y equidad desempeñan un papel fundamental; y aunque por sus similitudes, frecuentemente se utilizan indistintamente, es importante comprender sus diferencias para abordar de manera efectiva las desigualdades y promover fundamentalmente una justicia social que permita igualdad de oportunidades para todos.
Mientras que la igualdad se centra en tratar a todas las personas por igual, la equidad reconoce las desigualdades existentes y busca corregirlas mediante un trato diferenciado. Ambos enfoques son necesarios para abordar las disparidades sociales y, para ello, es importante tener en cuenta que la aplicación de la igualdad y la equidad puede variar según el contexto y objetivo, lo que implica que ambos son conceptos interdependientes que se complementan mutuamente, y requieren tomar en cuenta que buscar exclusivamente la igualdad sin considerar las diferencias existentes puede perpetuar las injusticias; e igualmente el hecho de que la equidad sin una base de igualdad puede llevar a la discriminación y la arbitrariedad.
De ahí que sea fundamental trabajar hacia la igualdad y la equidad de manera simultánea en los principales ejes del desarrollo no solo social, sino económico y democrático-político, en los que el pleno del entramado social se beneficia de la igualdad de oportunidades, al tiempo que se abordan las desventajas y se brinda apoyo adicional a aquellos que lo necesiten; que es precisamente donde la equidad, se enfoca en brindar a cada individuo lo que necesita específicamente para alcanzar dicha igualdad y superar las desventajas que pueda enfrentar, al reconocer que su circunstancia personal, requiere un trato diferenciado para lograr un equilibrio justo y por ello, se busca compensar las disparidades existentes que le den acceso a las mismas posibilidades de bienestar.
Dentro del entorno económico, igualmente ambos enfoques son esenciales para promover una distribución justa de los recursos y oportunidades, y trabajar hacia una sociedad más inclusiva y equitativa, en lo que Thomas Piketty, uno de los más destacados estudiosos de la desigualdad económica, en un análisis exhaustivo sobre la evolución de la desigualdad y las luchas por la igualdad social a lo largo de los siglos (Una breve historia de la igualdad), examina las fuerzas estructurales que han contribuido a la desigualdad, como la acumulación de capital, el crecimiento demográfico y las políticas fiscales, en un fenómeno que se ha establecido como un desafío a escala global; y, como parte de la solución a dicho reto, destaca la importancia de implementar impuestos progresivos y políticas redistributivas efectivas para contrarrestar los patrones de desigualdad y promover una mayor equidad, resaltando la relación entre la desigualdad económica y los demás problemas sociales, como la movilidad intergeneracional y la fragmentación de la sociedad, que en México se complica aún más, ante el surgimiento de entornos de violencia y con ello la imperante necesidad de restablecimiento del tejido social que permita entornos comunitarios de paz, indispensables para dar paso a la justicia, igualdad y equidad social.
Históricamente, México ha enfrentado profundas brechas y disparidades económicas y sociales, con una distribución desigual de la riqueza y, por tanto, de oportunidades, que han perpetuado la desigualdad en el país; sin embargo, dicha problemática parece acentuarse cuando se adiciona la desigualdad, la inequidad política, que de manera coloquial y a últimas fechas hemos escuchado como “exigencia de piso parejo” tanto para las contiendas como para los contendientes electorales, constituyéndose en elemento clave para abordar la desigualdad y buscar soluciones conjuntas; pues la igualdad no solo es un objetivo moralmente deseable, sino también un factor clave para el desarrollo democrático y el bienestar de la sociedad en su conjunto.
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