Por Ruby Soriano
La permanencia de Mario Delgado y Citlalli Hernández al frente del Comité Ejecutivo Nacional de Morena es una clara señal de acatar las instrucciones del líder moral (Andrés Manuel López Obrador) quien desde la presidencia de México le cierra la puerta a todo resquicio de “alborotos” democráticos, que pongan en riesgo la “designación” de su corcholata preferida.
Con Mario y Citlalli al frente del timón morenista, el partido gobernante en el país ha enfrentado su grave metamorfosis donde la democracia interna se ha convertido en una falacia que se promueve, pero no se cumple.
Las inconformidades internas han sido acalladas con descalificaciones y ataques frontales para evitar que abra la elección de candidatos a una verdadera y real contienda de pisos parejos, donde todos tengan las mismas oportunidades en sus aspiraciones.
Mario Delgado no sólo ha sido el alfil más disciplinado del Presidente de México, también ha sido un mercader de conciencias donde se ha dejado pasar a todos aquellos que se han querido transformar en morenistas de la noche a la mañana, con la única garantía de militar con “recursos” y operación política a favor de una cuarta transformación que ya no es tal.
La irrupción de una gran oleada de priistas y políticos de la vieja guardia se atribuyen a las líneas de acción fomentadas por Mario Delgado quien ha dado luz verde para que Morena se llene de personajes deleznables señalados por corrupción y en algunos casos por delincuencia organizada.
Los tiempos que hoy se viven en Morena son de una abierta fragmentación que sin embargo se mantiene como ferviente fanática del presidente AMLO.
Frente a la proximidad de los comicios del 2023-2024 es casi imposible pensar en que Morena garantice métodos de selección democráticos para sus candidatos.
Lo más previsible es ver la continuidad de las llamadas encuestas internas que no son otra cosa que la simulación del flamígero dedazo que va en función de los intereses económicos y políticos que hoy rigen al partido de quien gobierna a México.
La actual dirigencia refleja la antidemocracia que hoy practica Morena como una forma de justificar los viejos métodos gestados en un priismo que se ha convertido en la cuarta transformación.
Las inconformidades en Morena vislumbran una intensidad anunciada con los procesos electorales.
Muchos de los morenistas saben y están conscientes que su partido fue alcanzado por la corrupción y por la intromisión de personajes ligados a la delincuencia, quienes, por debajo del agua, mueven los hilos para impulsar a todos aquellos candidatos que les garanticen negocios e impunidad.
Es Morena de los nuevos tiempos políticos donde el PRI revivió con piel morenista y con las máximas antidemocráticas.
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