Quebradero

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Hace 3 años

 

Por Javier Solórzano Zinser

López Obrador tenía la certeza en los meses previos a la elección del 18 que no había manera de que le quitaran el triunfo.

Muy probablemente esto sucedió en 2006, pero hace tres años no había manera de que se revirtiera el resultado, ni por la buena o la mala.

Por ello fue meses antes de la elección que hizo campaña por las y los candidatos de Morena y al Congreso, necesitaba, decía en actos de campaña y en su propaganda, que los legisladores tuvieran mayoría para que se pudiera instrumentar su proyecto de gobierno.

El hoy Presidente tenía razón, no había forma que cambiara el futuro, el cual estaba definido entre el hartazgo ciudadano y la esperanza que para millones significaba el proyecto López Obrador.

Quizás la ciudadanía poco reparó en lo que proponía el tabasqueño. Era tal el disgusto que lo que dijera o propusiera López Obrador pasaba de largo con tal de hacer a un lado a una clase política que durante mucho tiempo se fue ganando el hartazgo y el repudio.

En el imaginario colectivo es muy probable que todo se terminara por reducir al último sexenio. Si bien López Obrador se encargó de meter en la vida de nosotros a Carlos Salinas de Gortari como el “innombrable”, con todo lo que esto vino a significar, la memoria ciudadana acabó por colocar a Peña Nieto como la oprobiosa conclusión; lo que son las cosas hoy este singular personaje poco aparece en el discurso presidencial.

Al no haber reparado en las muchas propuestas que iba haciendo López Obrador quizá se fue perdiendo de vista lo que había detrás de ellas. El ejemplo más claro fue la cancelación del Aeropuerto de Texcoco. Se llegó a pensar que no iba a pasar, pero una consulta profundamente desaseada y poco representativa mostró lo que podía venir.

Sin embargo, a pesar del claro indicio, quizás se llegó a pensar que lo que venía sería diferente y que en el fondo la consulta sobre el aeropuerto era una especie de acto político y de poder para dejar en claro quién iba a gobernar con todo el poder.

López Obrador virtualmente empezó a ejercer el poder el domingo 1 de julio de 2018. Entre que claramente vio su triunfo y que Peña Nieto se hizo a un lado entre el temor a la persecución pública, el tabasqueño entendió que podía empezar a actuar de inmediato.

Muchos ciudadanos se la han pasado durante estos tres años imaginando que el Presidente va a cambiar sus estrategias y su relación con diferentes sectores, pero es un hecho que lo vivido muestra que lo que viene será una suerte de periodo corregido y aumentado.

López Obrador sabe que seis años son pocos para lo que pretende hacer. A menudo no queda claro hacia dónde se quiere dirigir, pero lo que es un hecho es que en ocasiones jala la cuerda al máximo buscando crear condiciones para el país y para lo que piensa que sea difícil de revertirlas.

Todo el sexenio se la ha pasado gobernando con prisa, está tratando de aprovechar cualquier momento para tratar de instrumentar todo lo que quiere, a pesar de que en ocasiones es muy confuso. A pesar de su discurso triunfalista sobre las pasadas elecciones, algo lo trae de malas.

Sin duda su partido fue el gran ganador, pero se empezaron a abrir grietas que pueden trascender en su gobernabilidad.

Quienes estén esperando que algún día vaya a cambiar el Presidente más vale que lo olviden. Quizá nos haya engañado con la verdad. El problema para el país es la confusión que a menudo provoca, el reto para él es y seguirá siendo la terca realidad.

Las sociedades se mueven bajo dinámicas que no necesariamente están en los terrenos de imagen y semejanza de sus gobernantes como pretende hacerlo ysq.

Vienen tres años más rudos que los que llevamos.

 

RESQUICIOS

Está siendo cada vez más riesgoso y peligroso el desplazamiento de muchas familias en la zona caliente de Michoacán. Nos dice doña Esperanza que se han ido a Colima en donde también han llegado familias de estados circunvecinos, “nosotros somos al menos 500 familias y nadie nos hace caso”.