Por Sandra Luz Tello Velázquez
El ambiente de luto aún inundaba la Plaza de San Pedro por el reciente fallecimiento de Jorge Mario Bergoglio y el silencio sepulcral de los días anteriores se llenaba con los ecos de las plegarias para que el espíritu iluminara el discernimiento de los Cardenales concentrados en conclave, finalmente el humo blanco y las campanas hablaron y el mundo contuvo el aliento ante el anuncio: ¡Habemus Papam!
La señal antigua, el suspiro blanco que cruzó los cielos de Roma se transformó en una respuesta al clamor silencioso de millones de católicos y le siguió el resueno de un nombre: Robert Francis Prevost, electo como sucesor del Papa Francisco, del jesuita, del hombre de iglesia que tocó mentes y corazones.
El nuevo Pontífice se ha hecho llamar León XIV, su historia atraviesa fronteras, climas, idiomas y pueblos. Es migrante, como tantos en este planeta, nació en Chicago y adoptó la nacionalidad peruana por amor y por decisión. El nuevo Papa es símbolo de esperanza en el cambio, pues en su elección, la Iglesia católica volvió a mirar hacia América, dejando de lado a la tradición europea.
Él ha dirigido sus ojos al norte y al sur, ahí donde el polvo no es miseria sino semilla; hacia el territorio en el que la fe no se hereda, se trabaja, se abraza entre cerros y comunidades olvidadas.
Por más de dos décadas, Robert Francis Prevost, caminó entre los más humildes del Perú. Fue párroco, misionero, obispo en Chiclayo, no alzaba la voz para imponerse, porque su presencia hablaba. Se dice que es un hombre de rostro sereno, mirada que calma y palabras que curan. Agustino de formación, aprendió que la verdad se encuentra en la comunidad, mendicante y misionero comprometido desde la fe y el amor para transformar la historia.
Por otra parte, la elección de su nombre, León XIV, no es casual, lleva un mensaje y el signo de su antecesor, León XIII, creador de la encíclica Rerum Novarum, documento fundamental para entender la postura de la Iglesia católica sobre la justicia social, los derechos laborales y la protección a los más vulnerables. En 1891, dicha encíclica marcó el inicio de la doctrina social de la Iglesia.
El nuevo Pontífice, León XIV, desde el balcón papal, sorprendió al mundo al hablar en español con su acento peruano, dejando que la memoria de los pueblos sin voz se colara en el ambiente. Su hábito sencillo recuerda los caminos polvorientos y la elección de su nombre parece una promesa que guiará la reflexión y la acción de los católicos en temas sociales para mejorar las condiciones de vida de los más necesitados.
Por último, en esta hora incierta de guerras, migraciones y dolor, León XIV hereda la tiara de un liderazgo espiritual y tendrá que continuar con la tarea de confirmar a sus hermanos, de ser puente entre los cuatro puntos cardinales del planeta y tejido fuerte para unir a la esperanza con el presente.