No es normal
Por Javier Solórzano Zinser
Llevamos varios años en que nuestras vidas han entrado en escenarios en donde la impunidad, las amenazas, los chantajes y la violencia cotidiana son parte de nuestra vida y no nos ha quedado de otra que asumirlo.
Estamos en terrenos en que hasta jugueteamos con ello. Sabemos que si nos entra una llamada telefónica que no reconocemos lo que hacemos es desconfiar, con toda razón, para posteriormente no dejar de contemplar que es alguien que más que nos quiera vender algo, es alguien que nos quiere chantajear y amenazar.
Una simple llamada nos quita nuestros precarios equilibrios y nos lleva a ahondar la desconfianza y a cuestionarnos el entorno. No hay capacidad ni forma de revertir las cosas, porque lo que nos pasa nos deja una huella que difícilmente se puede borrar.
Hoy vivimos más desconfiados que nunca. Habrá que reconocer que mucho tienen que ver los signos de los tiempos. Es difícil que en muchos países del mundo se pueda estar exento de prácticas de esta naturaleza. Sin embargo, todos sabemos que hay países, ciudades y comunidades en donde el fenómeno es ya una práctica habitual que ha hecho cambiar la dinámica de vida de los ciudadanos.
Hace algunos años nos parecía un exceso que en algunas colonias del país se colocara una pluma para poder registrar a quien entraba. Hoy de las plumas pasamos a pagar una vigilancia privada que nada tiene que ver con las obligaciones de los gobiernos; acabamos pagando con nuestro dinero para recibir protección.
La “normalización” de nuestros entornos violentos tiene que ver con el estado de las cosas. Lo que sucede no tiene que ver con un sector de la población en particular. La televisión y las redes lo demuestran al exhibir, a veces recreándose, con lo que presenta sobre hechos en innumerables sitios del país. Todo pasa por dos terrenos: el de el intento de la denuncia y la muy clara intención de aspirar a tener más audiencia.
En otros tiempos veíamos lo que le pasaba, presumíamos, a la gente. Hoy vemos lo que nos pasa a nosotros. Lo que vemos es a ciudadanos comunes que están tratando de llegar a su casa o que van caminando por las calles donde viven.
Las cámaras de vigilancia en la ciudades son una forma de tratar de saber lo que pasa en las calles para perseguir a quienes delinquen, pero son también parte del espectáculo en que en más de una ocasión hemos convertido a la violencia. No ha habido manera de que los ciudadanos podamos confiar del todo en la autoridad por su relación de siempre con la delincuencia.
No nos ha quedado de otra que acostumbrarnos y buscar sobrevivir a la cotidianeidad. Difícilmente quienes vivimos en las grandes ciudades nos hemos ido invictos de asaltos o chantajes; si no somos nosotros es un familiar o alguien cercano quien lo ha padecido.
La autoridad cuenta, pero sabemos que quien debe de contar somos nosotros buscando la manera de no vernos afectados, o vernos mínimamente afectados.
“Normalizamos” la violencia, porque además de una descomposición social y de la desigualdad económica la autoridad se ve cada vez más incapaz de defender a sus gobernados. Lo peor que ha pasado en los últimos años es que a pesar del alza en todo tipo de delitos, los ciudadanos hayamos optado por no denunciar, porque encontramos que al hacerlo difícilmente podremos esperar justicia.
Desde hace tiempo estamos en el no contestes, no voltees, ponle llave a la puerta, háblame en cuanto llegues, no hables con desconocidos, si te asaltan dales lo que te piden, no forcejees, no manejes en la noche, ten mucho cuidado en las carreteras, si vas al banco no saques mucho dinero…
No dejemos de entender, a pesar de todo, que no es la vida que queremos y que no es “normal”.
RESQUICIOS.
Hablando de: Taxco lleva tres días materialmente inmovilizado. La gente no sale a la calle, el turismo cayó y no aparece una solución al problema de violencia. El edil interpreta un hecho inédito en esta bella ciudad: “sé que estos bachecitos van a seguir pasando”.