Precampañas que son campañas
Por Javier Solórzano Zinser
Los partidos políticos, con excepción de MC, han venido haciendo lo que les da la gana con los tiempos electorales.
El Presidente no ha dejado de vivir en campaña. Es su hábitat natural y eso le ha permitido desde hace cinco años perfilar a quien quería que fuera su candidata. Jugó a nombrar corcholatas como parte de una estrategia política que en buena medida estaba definida desde hace tiempo.
Estamos en precampañas que en la práctica ya son campañas. En tiempos adelantados nos espera un brutal desgaste en que los ciudadanos tarde que temprano nos iremos haciendo a un lado en medio de un abrumador proceso propagandístico.
Nos están llenando de promesas que difícilmente se van a poder cumplir. Diferentes análisis muestran que del 100% de lo que se planteen en las campañas por lo menos el 60% nunca se cumplirá; no sólo pasa en México es un fenómeno del mundo entero.
Es cuestión de que revisemos las campañas de los últimos presidentes de México para corroborar que se trata de canalizar los hartazgos de la opinión pública ofreciéndoles salidas, las cuales nunca terminarán por cumplirse.
De lo que en buena medida se trata es de desacreditar y fustigar al de enfrente. Todos y todas se dicen diferentes siendo el eje de las precampañas que son campañas, señalar al otro u otra.
El mismo López Obrador es prueba del abismo entre las promesas y la gobernabilidad. Bajo un mínimo recuento de lo que prometió cada vez hay más evidencias del incumplimiento, empezando por su sistemática afirmación de que el Ejército regresaría lo más pronto posible a los cuarteles de la mano de la infinidad de críticas que hizo a otras administraciones sobre su estrategia en esta materia.
Las cosas han llegado a tal nivel que hoy las Fuerzas Armadas son el eje de la gobernabilidad del Presidente estando cada vez más lejos de resolver los problemas de inseguridad. Los militares salieron a la calle como una estrategia extrema para frenar la inseguridad, hoy estamos con muy pocas variantes de lo que hemos venido viviendo por lo menos en los últimos 20 años.
Entre promesas, gritos y sombrerazos, desacreditación, señalamientos, escándalos y similares nos la vamos a pasar hasta el 2 de junio. Vamos a estar abrumados por todos lados con propaganda de quienes prometen que con ellas y ellos nuestra vida será diferente.
Lo que nunca está claro es en qué sustentan sus promesas las y los suspirantes en un país que está cargado de diferencias sociales y que tiene en sus espaldas cotidianamente una terca realidad. Los altos índices de la pobreza si bien en algunos casos, los menos, se han reducido ratifican que buena parte de la ciudadanía no tiene para dónde hacerse y vive bajo el hartazgo y el desgaste.
No hay manera de que las campañas sean un espectáculo para llamar la atención. Podrán tener un efecto inmediato, efectista diríamos, pero el entorno no va a ayudar a que puedan tener una empatía con la ciudadanía. El antídoto ante todo esto son los mecanismos del clientelismo y de las promesas propios de la política del oportunismo.
Nos la pasaremos bajo procesos de descrédito hacia el otro y, sobre todo, cargados de falsas promesas bajo conceptos unilaterales sobre la realidad buscando con eso que la ciudadanía los considere.
Por más que el Presidente tenga una consistente popularidad no quiere decir que el grueso de la ciudadanía no tenga hartazgos derivados de su entorno y de polarizaciones. Nos la hemos pasado lejos de una gobernabilidad de inclusión sin importar el signo político de quienes la integran.
Todo esto lo volveremos a vivir bajo tiempos adelantados, violaciones a la ley y en algo que llaman descaradamente precampañas que son campañas.
RESQUICIOS.
La de ayer era una buena oportunidad para el Presidente de ver cara a cara a las y los acapulqueños. Empresarios sin glamour nos decían ayer que sólo ve a los grandes del dinero que no son más del 5% de la producción turística de Acapulco.