Por Uriel Flores Aguayo
El gobierno de Veracruz tiene rasgos variados que lo hacen un organismo superficial, confuso e intrascendente. Es lejano a la sociedad. No dialoga con los grupos sociales, universidades, periodistas, Iglesias ni, mucho menos, con las oposiciones.
El recuento es extenso. Se comportan con un estilo parecido a los iluminados y prescinden del decoro y respeto a las formas democráticas. Creen haber recibido un mandato (cheque en blanco) que los hace dueños del gobierno y el Estado todo. Se piensan autosuficientes y andan por la vida pública con evidente soberbia.
Hay algo de inmadurez, como una adolescencia política, en su comportamiento. Declaran barbaridades y absurdos; hacen de su función un juego y divertimento. Disfrutan del poder, tomando sus mieles, sin hacerse cargo de sus responsabilidades. Están muy por debajo de lo que se hubiera pensado como un gobierno de izquierda o, al menos, progresista.
Su imagen, discurso y manejo en medios y redes son apenas perceptibles. No pesan, no influyen y no inciden en nada. Sin cargo y el presupuesto se desvanecen un día después de la ya de por sí débil presencia en el imaginario público. ¿Alguien recuerda cómo se llama el primer secretario de salud? Es más, ¿cómo se llaman la mayoría de secretarios del gobierno estatal? Salvo unos tres o cuatro, que se promueven con cierta fuerza, el resto son anónimos. Hay ciertos funcionarios y áreas del aparato estatal que hacen un heroico esfuerzo de congruencia; son marcada excepción.
Han reeditado con menos talento, en formas vulgares, al viejo PRI: son gobierno-Partido, ejercen con autoritarismo, sin división de poderes y aplican políticas clientelares, corporativas y patrimoniales. Nadan en un mar de corrupción. Ejercen el poder por el poder, simulando estar haciendo una especie de transformación. Su discurso es hueco y banal, demagógico y mitómano. El grave problema es que están estirando las arbitrariedades con su poder.
La aprehensión de la ex alcaldesa de Ixhuatlán del Café, cuatro cafetaleros y una jueza, escala en abusos y descontrol. Es la confirmación incuestionable de un perfil represor. Estamos hablando de uso de la violencia y secuestros con las fuerzas policiales. La dolorosa detención de Cirio Ruiz, un líder de productores de café con trayectoria social y buena imagen, marca una línea de ruptura con cualquier tipo de simulación. Es un antes y un después, no hay manera de eludir una definición: tenemos dignidad o no valemos nada.
Es un reto para quienes se consideren de izquierda o progresistas: si lo permiten y se quedan en silencio, serán cómplices y cargarán con esta derrota moral en que ya están los gobernantes actuales. Es la barbarie, sin matices, sin cuidar las formas. Por lo que sea, pero es una forma bárbara de gobernar. Puede ser por ignorancia, por incompetencia, por confusión ideológica, por perversidad o por la levedad del mal de que hablaba la gran Hannat Arendt.
Sin eufemismos se les debe de señalar en sus excesos y en su personalidad autoritaria. Quienes sean críticos y se movilicen contra sus atropellos e injusticias pueden recibir represión y malos tratos. Ni modo. Es la cuota que se debe pagar para frenar y revertir los abusos del poder. Pero lo más importante es la dignidad y saber que se luchó a pesar de riesgos y peligros. Contra la barbarie, la inteligencia y la libertad.
Recadito: no sería gran sorpresa una elección de tres tercios en el 2024.