Por Emilio Cárdenas Escobosa
El periodismo existe porque alguien tiene que relatar los sucesos que marcan el día a día de cualquier sociedad. Y ello ha ocurrido desde tiempos inmemoriales. El relato de lo cotidiano, la crónica de los hechos que hacen la historia inmediata y, desde luego, el socializar el conocimiento de los que pasa en una comunidad, de sus problemas y demandas, y sobre todo de lo que hacen quienes la dirigen o tienen la representación popular; todo ello es lo que ha moldeado el ejercicio de esta actividad necesaria y fundamental para el escrutinio de las acciones de los personajes públicos y de los gobiernos.
Y ello, dado el acelerado proceso de modernización de las sociedades que se definen como democráticas, es uno de los temas nodales en la agenda pública. Sin el periodismo libre, crítico y que toma distancia del poder no se hace efectiva la función social de esta actividad, que es el mostrar los resultados y andanzas de quienes ejercen el poder, función que se supondría entienden, impulsan y auspician quienes tienen una visión y vocación progresista.
No obstante, como todos sabemos, en los años recientes el debate público en México está enrarecido y altamente polarizado donde en la visión maniquea del grupo gobernante no se admiten matices y se supone que su visión y narrativa es la única válida para entender el pasado inmediato, lo que acontece hoy y la visión de futuro que domina sus afanes. Solo que en esta forma de entender el ejercicio del poder se deroga a quien no comparte el discurso oficial y no forma parte del coro de los aduladores que cantan las glorias de los nuevos tiempos, se lanzan anatemas en contra de los periodistas que no se suman a la versión del gobernante en turno, y en un entorno de violencia sin control, de fanatismos de los bandos en pugna, ello hace más peligrosa esa forma de clasificar a los comunicadores dada la circunstancia de riesgo en que se ejerce la actividad, habida cuenta la impunidad reinante y la inseguridad desbordada que vivimos.
Es entendible que quien ejerce el poder sea refractario a la crítica, reacio a atender lo que se le señala o reconocer errores, es lógico que ello le incomode y quiera alejar a los críticos y formar su corte de comunicadores y medios a modo. Para ello han contado con el presupuesto público y así lo han hecho gobierno tras gobierno en México, desde tiempos del porfirismo, pasando por los gobiernos posrevolucionarios de la primera mitad del siglo XX, hasta los gobiernos neoliberales que hicieron y deshicieron para controlar a la prensa. De ahí los columnistas y opinadores al servicio de los gobiernos de Felipe Calderón y Enrique Peña Nieto, esos que usted ubica y que desfilan cotidianamente en las mañaneras del presidente López Obrador, donde el mandatario exhibe cada que puede el monto de recursos que recibieron del presupuesto público vía convenios publicitarios y que muestra que efectivamente se beneficiaron muchísimo con su cercanía con esos mandatarios.
No obstante, es un hecho cierto que el gobierno de la Cuarta Transformación tiene desde luego a sus medios y opinadores a modo y podemos ver, por ejemplo, a los periodistas afines a la 4T y medios digitales que son atendidos con prontitud en las conferencias mañaneras, como el influencer o lo que sea, conocido como Lord Molécula, o al diario la Jornada y su equipo de columnistas, caricaturistas y su línea editorial absolutamente sesgada, sin crítica alguna al gobierno lopezobradorista y convertida en un medio panfletario, para oprobio del notable papel que jugó en el impulso a la transición democrática en el país, o los elevadísimos montos de publicidad que se destinan a TV Azteca y Televisa, por citar algunos casos. El caso es que de esos medios y comunicadores no se ventilan sus ingresos o lo que se les paga. Pero de que están en el mismo tenor de lo que a diario se critica a los otros, nadie debería dudarlo. Lo que ocurre igual con medios estatales, donde basta revisar la información que se publica para ubicar a medios y columnistas en idéntica situación y que definitivamente decidieron no vivir en el error.
Por todo ello, el reducir toda crítica al presunto alineamiento del reportero o columnista con intereses políticos, a burdos apetitos monetarios o a formar parte de conjuras contra la Cuarta Transformación, en la lógica del presidente de México y los gobernantes de Morena a nivel estatal o municipal, en nada abona a la convivencia democrática y es revelador del mal del que adolecen todos los poderosos: el olvidar que el poder es transitorio, que el poder termina pero el recuerdo perdura, dicho en términos juaristas.
Y el recuerdo de sus dichos y sus hechos, la crónica de los juicios que se hacen y que se harán sobre sus gobiernos lo han registrado y seguirán haciéndolo los medios y periodistas. Por la simple y sencilla razón de que, nos guste o no, compartamos o no sus estilos o su línea editorial, los medios permanecen y los políticos siempre son transitorios y muchos de ellos terminan siendo desechables.