La gobernabilidad y su discurso
Por Javier Solórzano Zinser
Llevamos un buen tiempo en los terrenos en donde no importa quién tenga la razón, lo que importa es quién tiene el poder del discurso.
El tema no es sólo nuestro. En los últimos años en América Latina el discurso ha estado por encima de la terca realidad. Poco importa lo que está pasando, porque la interpretación que se da desde el poder del discurso a la dinámica de las sociedades define lo que para una gran mayoría termina por ser cierto.
En la medida en que las sociedades tienen más fuentes informativas y viven bajo procesos de auténtica pluralidad, los ciudadanos están mejor informados y tienen elementos para constatar si lo que se plantea desde el poder político tiene certezas y razón de ser.
Lo que es un hecho es que nadie mejor que los ciudadanos para saber cómo se gobierna y cómo se beneficia o afecta dicha gobernabilidad. Sin embargo, existe un terreno en que las sociedades terminan por creer lo que se deriva del poder del discurso por la gran identidad y empatía que se tiene hacia los gobernantes.
Ésta es una constante en muchos países. Los ciudadanos se la han pasado durante años en la adversidad, se les ha llenado de promesas en que los políticos lo único que han hecho es usar a los electores, en particular a los más desprotegidos.
Nadie mejor que ellos para poder evaluar, pero nadie mejor que ellos también para insistir en la esperanza como forma de vida, porque la identidad con los gobernantes se ve, en muchas ocasiones, como la gran pauta del proceso de cambio en su cotidianidad.
El problema está en que los procesos de transformación requieren de tiempo, pero sobre todo, requieren de la claridad y honestidad de los gobernantes. Pasar por alto todo esto en función de la popularidad efímera lleva a que los ciudadanos entren al hartazgo que ahondan las diferencias sociales.
La historia dicta que las divisiones y confrontaciones se sabe dónde empiezan, pero nunca queda claro en qué pueden acabar. Alentar la división y la confrontación lleva a escenarios que en muchas ocasiones sólo se entienden, viven y padecen cuando rompen ante nuestras narices.
El poder del discurso se va convirtiendo en las verdades y mentiras bajo las que vive la sociedad. No importa lo que pasa, lo que trasciende es la forma en que desde la gobernabilidad se interpreta qué está pasando, lo cual en muchas ocasiones se acomoda a intereses coyunturales y particulares.
Entre las redes y los medios, pero sobre todo desde el poder del discurso, lo menos importante es preguntarnos quién tiene la razón o tratar de tener claridad y objetividad con lo que vivimos o se dice.
Llevamos mucho tiempo en que en sociedades como la nuestra desde el poder se ha dejado de pensar en que entre más poderoso más generoso.
Estamos enfrascados en medio de lecturas rápidas en que por un lado se arremete severamente contra el gobierno, con razón o sin razón, y por otro lado, los gobiernos no atienden la crítica, porque les afecta y porque saben que tienen en el poder del discurso la forma de marcar la agenda y establecer ante sus seguidores algo así como la verdad.
Se interpreta lo que se dice y con base en ello se crea un discurso que puede generar reacciones de todo tipo sin importar lo que originalmente se dijo.
Bajo esta perspectiva la realidad puede ser un elemento aleatorio, el cual se pretende transformar bajo interpretaciones personales y no bajo diagnósticos e investigaciones que permitan bases para el cambio.
Los riesgos bajo esta perspectiva son tan altos que la esperanza se puede diluir para convertirse en retroceso.
RESQUICIOS.
A los españoles les temblaron las piernas en los penaltis, no metieron uno. Marruecos es la nueva realidad del futbol con un físico extraordinario y sabiendo qué hacer todo el partido, sometieron buena parte del juego al histórico “tiki-taka”. Si Portugal dejó en la banca a Cristiano y lo metió con el resultado definido quiere decir que hay que anotarlo para el título.