Por Martín Quitano Martínez
“Olvidamos que el ciclo del agua y el ciclo de la vida son uno mismo»
Jacques Y. Cousteau
“El agua es vida”. Frase coloquial que refleja toda una idea de reconocimiento de la importancia que este recurso establece con los seres vivos, un todo integral planetario que ha venido siendo afectado por nosotros, por la huella humana de tragedia mundial. En cualquiera de sus formas, dependemos totalmente del agua, dulce y salada, para nuestra sobrevivencia como especie, para las actividades humanas y de todos los demás ecosistemas que la requieren también para existir.
Si el agua es vida y nos reconocemos en ella la mayoría de los humanos, la pregunta obligada es porqué entonces, de manera reiterada, socavamos como especie las posibilidades de preservarla y de no contaminarla, y con ello, de cuidar de nosotros y del resto de seres vivos que en conjunto habitamos la Tierra. Porqué será tan difícil entender la urgencia de modificar patrones y formas de relación responsable para con nuestro entorno ambiental, lo que implica también brindarnos posibilidades de una mejor existencia.
El agua de los mares, por ejemplo, sometida a un permanente asedio de la contaminación, debe mirarse en su dimensión como garantes de la modulación de los niveles de CO2 y de las temperaturas globales, como transportadores de nutrientes, y también como el hogar de una inmensa cantidad de ecosistemas a los que mantienen y con los que se relacionan.
El cambio climático afecta al agua y cambiará los recursos de agua dulce y salada sobre los que se cimentan nuestro entorno vital social y económico en todas sus variantes. En tal virtud debemos modificar nuestra relación con ellos. El asunto es si ello deberá de interpretarse como ubicados en el punto de no retorno y por ende de mirarnos en un futuro muy complicado, donde la tierra en su conjunto y los que en ella habitamos también cambiaremos aún sin desearlo. Para aminorar los impactos, es menester frenar, detener, suspender lo que hasta hoy hemos venido haciendo mal para avanzar en una recomposición de fondo.
Entre muchos otros tópicos, lo anterior tiene una nítida referencia de lo que no debe seguirse haciendo. Me refiero a la controvertida invasión de terrenos en la zona boscosa del municipio de Coatepec. Un grupo organizado “reclama” a la autoridad que se le entreguen más de 2,000 has. que han invadido en la zona de Jinicuil Manzo para desarrollar actividades agropecuarias, porque no tienen tierras para cultivar.
Primeramente, los terrenos tienen legítimos propietarios y además, se encuentran calificados a nivel federal, estatal y municipal como área de preservación, por la vegetación de bosque que le caracteriza, por lo que cambiar su uso de preservación a uso agropecuario, significa una clara ruptura de su vocación de servicios ambientales que esa zona otorga como verdaderas fábricas de agua, afectando a miles de habitantes de la zona metropolitana de Xalapa.
La insistencia de ese grupo de personas que asumen como legítima su demanda, ha enfrentado el rechazo legal y social, sobre la base de no reconocer que legalmente esas tierras tienen propietarios que han interpuesto recursos judiciales que ya han sido resueltos a su favor, a lo que se le suma la violación de las disposiciones ambientales vigentes para la zona en disputa.
El proceso de enseñanza aprendizaje respecto de cómo establecer nuestra relación con la naturaleza ha costado demasiado para un presente que se encuentra en dificultades, y con un futuro que, de continuar como hasta ahora, será catastrófico, por ello el asunto de Coatepec como ejemplo es importante de rescatar y de insistir en que ante una demanda como la que se ha planteado, se obtenga de la autoridad una atención urgente en el marco del derecho y las normativas aplicables, otorgando salidas claras y definitivas en otros terrenos que no presenten los impactos ambientales negativos de este terreno, hacia muchos más personas que los demandantes.
DE LA BITÁCORA DE LA TÍA QUETA
El ejército a los cuarteles, era así el compromiso, ¿o no?
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