Por Alejandro León
En muchas sociedades occidentales se ha extendido una narrativa poderosa pero engañosa: el mito del individuo. También llamado el mito del genio individual, sostiene que las personas excepcionales -ya sea por sus virtudes o por su capacidad de causar daño- lo son por méritos exclusivamente propios. Así, se exalta a figuras “exitosas” como si fueran producto de su voluntad inquebrantable, o se demoniza a quienes cometen actos atroces, atribuyéndoles un mal intrínseco, desvinculado de cualquier contexto.
Sin embargo, abundan las investigaciones y reflexiones que desmontan esta sobre simplificación. Las trayectorias humanas, en especial las de figuras excepcionales -para bien o para mal-, son siempre producto de entramados complejos de condiciones sociales, culturales, históricas y biográficas. Con los dispositivos conceptuales adecuados y suficiente información, uno solo puede exclamar: ¡claro, difícilmente pudo terminar siendo otra cosa!
Tomemos a Beethoven. Su padre era músico y lo forzó, con métodos severos, a tocar durante extensas jornadas desde muy temprana edad. Conocer ese trasfondo, así como el contexto histórico en que vivió, permite comprender tanto su genialidad musical como sus tormentos personales. Lo que recordamos como “el genio Beethoven” no es el resultado de un individuo aislado, forjado exclusivamente por sí mismo, sino el emergente de un sistema de relaciones que lo conformó y lo situó en determinadas circunstancias, las cuales interactuaron con sus propias acciones y motivaciones.
Lo mismo ocurre en la política. Pensemos en Ricardo Flores Magón. Es tentador imaginar su pensamiento radical como emanación pura de su genio personal. Pero el magonismo fue mucho más: un movimiento colectivo, con raíces familiares, ideológicas y sociales. Ricardo no fue una excepción solitaria, sino el emergente visible de una constelación de relaciones y luchas.
Incluso en los casos más sombríos -aquellos que nos cuesta nombrar- la lógica se mantiene. Las masacres, las atrocidades, aunque ejecutadas por una persona concreta, suelen ser el desenlace de dinámicas de grupo, condiciones institucionales y discursos legitimadores que operan colectivamente.
Por eso, tanto la genialidad como la monstruosidad trascienden a los individuos. Cuando uno de estos actores desaparece, el sistema que los hizo posibles sigue operando. Esa es la verdadera enseñanza: ningún genio ni ningún monstruo se hace a sí mismo ni llega solo.
Esta reflexión cobra especial relevancia en el momento actual que vive la Universidad Veracruzana. No es necesario reconstruir aquí, para la comunidad universitaria, el episodio aciago que ha supuesto la solicitud de prórroga de mandato del actual Rector -totalmente ilegítima y presuntamente ilegal- ni el lamentable proceder de la Junta de Gobierno, que ha mostrado una insensibilidad e incapacidad alarmantes para estar a la altura de las circunstancias. Con la honrosa excepción de las dos integrantes que renunciaron de manera valiente y congruente, el resto del órgano ha actuado con opacidad y sumisión.
Se ha filtrado recientemente que la Junta de Gobierno prepara la convocatoria para el proceso ordinario de designación de Rectora o Rector, el mismo que el actual titular pretendía eludir. Si ello se confirma, sería sin duda una buena noticia para gran parte de la comunidad universitaria. Sin embargo, no basta con celebrar la posible caída de la prórroga: es imprescindible evitar caer en el mito del individuo en Rectoría.
Es decir, no podemos asumir que, si el actual Rector no participa -o incluso si, como se ha dicho, se jubila (esperemos que no con su actual salario de Rector, porque una vez más estaría actuando por fuera de la ley)- la Universidad ha quedado automáticamente liberada del problema. Pensar eso sería, precisamente, reproducir el error que este texto ha querido señalar.
El Rector es, también, emergente de un sistema de relaciones, intereses y, desafortunadamente, de complicidades que van mucho más allá de su persona. Para que no se repitan la opacidad, la ineficiencia, el autoritarismo y la simulación institucional que marcaron su gestión, es necesario desmontar las estructuras de grupo que lo hicieron posible y de las que forma parte. Y lo mismo aplica -con los matices correspondientes y sin que esto se tome como un llamado a su disolución- a la Junta de Gobierno, que ha puesto en entredicho su honorabilidad, su imparcialidad y su buen juicio.
Si la comunidad universitaria quiere recuperar el rumbo y la gobernanza digna de su amada Casa de Estudios, es preciso abordar el problema como un asunto sistémico. Debe dejar de mirar el árbol y mirar el bosque. Y tiene que abandonar, de una vez por todas, la falacia del individuo en Rectoría. El futuro de la Universidad Veracruzana debe estar en manos de su comunidad, y no en las de sus monstruos ni en las de sus caudillos.
Es investigador del Centro de Investigaciones Biomédicas de la Universidad Veracruzana