Por Alejandro Gutiérrez Contreras
Hay algo cautivador en los cierres de campaña: la multitud reunida bajo luces brillantes, el estruendo de la pirotecnia, las pantallas gigantes iluminando rostros sonrientes, los discursos apasionados y las presentaciones de grupos musicales como Sones Jarochos, La Sonora Santanera o una banda de viento que pone a todos a bailar. Durante estos días, Xalapa se viste de fiesta y parece que la política se vuelve un carnaval. El entusiasmo se mezcla con el ritmo, y por un momento, todo parece posible.
Pero toda esta producción cuesta. Entre el alquiler de escenarios, luces, sonido profesional, artistas, seguridad, transporte, difusión en redes y medios tradicionales, un solo cierre de campaña puede llegar fácilmente al millón de pesos o más, dependiendo del candidato y su maquinaria electoral. ¿Y quién lo paga? Técnicamente, los partidos… pero en la práctica, es dinero que viene directa o indirectamente del erario o de intereses que luego se cobran con creces.
Mientras tanto, cada periodo electoral repite el mismo ciclo: promesas espectaculares, obras anunciadas con bombo y platillo, pero una vez en el poder, los plazos burocráticos se vuelven eternos. Las obras públicas son pocas, mal planeadas, y muchas veces parecen diseñadas más para dejar una huella electoral que para mejorar verdaderamente la calidad de vida de los ciudadanos. Las banquetas se reparan en las zonas céntricas justo antes de las elecciones, pero en las colonias periféricas el agua no llega, las calles siguen sin pavimentar, y los hospitales carecen de lo básico.
El dicho popular de que “al pueblo, pan y circo” sigue más vigente que nunca. Hoy, los conciertos, los desfiles y las promesas espectaculares son el circo; y el pan se limita a dádivas, apoyos momentáneos o promesas vacías que se aplazan una y otra vez. Hoy el pueblo exige algo más urgente que un concierto más: agua.
Todos los candidatos, sin excepción, aseguran tener “la solución” al problema del agua. Sin embargo, convertirlo en consigna de campaña sin tomar acciones concretas solo perpetúa un modelo de sumisión política. Cada aplazamiento, cada estudio sin ejecución, cada trámite sin voluntad, no hace más que normalizar el abandono. Y cuando la promesa no se cumple, nadie parece ser responsable.
Las soluciones llegan tarde, mal hechas, o solo parchan los problemas. Mientras tanto, la ciudad sigue con vialidades saturadas por obras lentas que se repiten cada par de años porque no resuelven el fondo. Así, se nos administra a base de parches y espectáculos.
Hoy más que nunca, necesitamos un análisis crítico de lo que se nos promete y de cómo se nos gobierna. Que la ciudadanía apoye a quienes tengan proyectos reales, tangibles, de beneficio colectivo. Que no se vote por colores ni por clientelas, sino por convicciones. Que no se acepten migajas envueltas en luces de neón.
Lo urgente es el agua, no otro baile ni otro escenario.
Invitamos a cada xalapeño y xalapeña a ejercer su voto con conciencia, con criterio y, sobre todo, con la responsabilidad de exigir. Porque votar es un derecho, pero reclamar cuando no se cumple lo prometido es una obligación ciudadana. No más autoridades corruptas, ineficientes o indiferentes. No más burlas.
Porque esta ciudad merece avanzar, no estancarse ni retroceder.