Quebradero

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“Obvio”

 

Por Javier Solórzano Zinser

Es definitivo que la reforma al Poder Judicial no tiene camino de regreso. Podrán seguir presentándose amparos e inconformidades, pero está muy claro que no hay manera de que se recule o algo parecido.

En esta etapa final probablemente se tendrán que hacer cambios, producto de lo inédito del proceso, y porque ha estado cargado de ocurrencias que tendrán secuelas.

La reforma va porque va. Desde que Morena y sus aliados consiguieron la mayoría quedó claro su destino al igual que el de muchas otras que están en discusión y su futura aprobación.

Siendo que la reforma es un hecho, no habría necesidad de que se ejerciera una suerte de rudeza innecesaria en contra de quienes hoy todavía encabezan diversas instancias del Poder Judicial, como es el caso de la Corte.

López Obrador y la Presidenta se han dedicado a señalar de manera ruda al Poder Judicial. En muchos casos tienen razón, lo que está visto es que algunos de sus argumentos carecen de bases, porque queda la impresión de que no saben cuáles son las condiciones reales en que trabajan las y los juzgadores en México; el diagnóstico sobre el Poder Judicial fue el gran ausente.

En muy poco tiempo el Poder Judicial fue perdiendo credibilidad y respeto, insistimos que no se soslayan los muchos problemas derivados de la discrecionalidad y corrupción, ante la cual no hubo intento alguno por erradicarla en estos años.

Lo que se buscó fue atomizar al Poder Judicial. Se trató de desacreditarlo para “transformarlo”, lo cual se hizo a imagen y semejanza de lo que quería López Obrador. Los cambios que sufrió el proyecto original fueron en la gran mayoría de los casos de forma, más que de fondo.

No se hizo referencia a las cargas de trabajo que tienen las y los juzgadores. Se les señaló, desacreditó, e incluso se metieron en la vida privada de más de alguno. Entramos en los terrenos en donde desde el poder político la narrativa se fundaba en transparentar todas las actividades en todos los órdenes, pero pareciera que vale siempre y cuando no sean las propias.

Al ser la reforma un hecho y tener todo el poder para defenderla, dentro y por momentos fuera de la ley, no tiene sentido seguir bajo la confrontación interminable. Sin embargo, es claro que así nos iremos hasta el final, probablemente todo terminará en cuanto tomen posesión las y los nuevos juzgadores, pero cuente que a partir de ese momento el pasado será el pretexto y el fantasma.

No es tan “obvio” el porqué la Presidenta no invitó a las y los ministros de la Corte a la ceremonia del 5 de febrero. En la expresión de la mandataria quedó claro el desdén hacia los ministros, que si bien pueden haber provocado problemas serios en su gestión, pareciera que lo que motiva la narrativa y la crítica es una suerte de venganza, producto de muchos asuntos en que llegaron a conclusiones que no eran lo que se quería desde el poder político.

Con la Presidenta las cosas no cambiaron en esta materia en comparación con López Obrador. En alguna ocasión Claudia Sheinbaum sugirió la importancia de debatir a profundidad la reforma, pero a los pocos días reculó y se echó para adelante. Quizá tenga razón el ministro Javier Laynez: “Quien no sigue los designios del régimen suele ser castigado”.

En lo que tuvo cuidado la Presidenta fue en invitar a sus ministras favoritas, dos de ellas están en el escándalo por su formación académica, y una de ellas por haber hecho de su trabajo en la Corte parte de su proceso de enseñanza-aprendizaje.

Con el poder que tiene la Presidenta bien caería aplicar aquello de entre más poderosa más generosa, y más por la forma en que la han arropado en el jolgorio en estos días sus seguidores; pareciera que se consumó la venganza.

RESQUICIOS.

Sigue siendo un enigma qué tendría que hacer el Gobierno mexicano para que la amenaza de los aranceles sea cancelada. Inevitablemente se ubica a personajes que pudieran ser algo así como moneda de cambio; Sinaloa sigue estando en el centro.