El regreso del siglo XX

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Por Fernando Vázquez Rigada

Se abre un paréntesis de incertidumbre mundial, que se asemeja peligrosamente al escenario mundial de la primera mitad del siglo XX.

La historia, alerta Herodoto, es circular para quien la ignora. Y ese periodo, de 1900 a 1945, fue convulso, sangriento, terrible.

En esas cinco décadas se liberaron los mercados bajo la tesis del laizzes faire, laizzes passé (dejar hacer-dejar pasar), que generó una brutal desigualdad. Surgieron las revoluciones mexicana y rusa. La Primera Guerra Mundial, el Tratado de Versalles, la Gran Depresión mundial, el desprestigio de la democracia y el consiguiente surgimiento de dos polos ideológicos irreconciliables: el comunismo y el fascismo.

De su confrontación a muerte emergerían tres de los acontecimientos más brutales, vergonzosos y tristes de la historia humana: la Guerra Civil Española, la Segunda Guerra Mundial y el Holocausto.

La composición política del mundo actual se aproxima consternantemente a ese paisaje. Justo este año: a 80 años de celebrar la victoria aliada sobre las potencias del eje en la Segunda Guerra Mundial.

Están, por un lado, las fuerzas de populismos dictatoriales de izquierda en América Latina, apuntalados por el eje China-Rusia-Irán y Corea del Norte.

Por otro, una plutocracia que ha unido a los hombres más ricos del mundo con una agenda de derecha que avanza temible como contra ola. El ejemplo más puntual es la alianza Trump-Musk, pero su potencia llega a Canadá, se consolida en Italia con el neo fascismo y avizora triunfos en Austria, Alemania y, quizá, Francia.

Su influencia se extiende a los nuevos medios de comunicación. Musk controla X, antes tuiter, Jeff Bezos, dueño de Amazon, se apoderó del Washington Post y Mark Zuckerberg se plegó para que Facebook e Instagram dejen de verificar información. Esa empresa es, también, dueña de WhatsApp. Ellos, quienes apuntalan la plutocracia, controlarán en breve el reino de la Inteligencia Artificial.

Los dos polos son autoritarios, expansionistas e ideológicos.

Trump preside la más poderosa economía y potencia bélica del planeta. Con esas herramientas piensa remoldear al mundo. ¿Hacia dónde? No está claro.

Quiere forzar una vuelta al proteccionismo económico e impulsar una agenda que beneficie a sus aliados empresariales. Al mismo tiempo, ha perfilado un Estados Unidos que se despoja de su poder suave para crear un imperio gigantesco y agresivo: quiere Groenlandia, Canadá, el Canal de Panamá y a México como vertedero de migrantes. Quiere dejar la OTAN y niega una agenda ambiental. No será más una política de valores, sino de poder llano y duro.

Los populismos de izquierda derivan en dictaduras o tiranías. Poseen, también, ambiciones imperiales, lo prueban Ucrania y Taiwán.

Los espacios para las democracias se ven limitados y débiles. Nadie ha logrado reimaginar a las libertades y recuperar el prestigio de la política.

¿Hay que creerle a Trump?

No hacerlo sería subestimarlo y quizá suicida. William L. Shirer, agudo observador del auge y caída del Tercer Reich, recuerda en su “Diario de Berlín”: el nazismo llegó al poder en Alemania y devoró la sensatez de su pueblo cuando la gente pensó que no cumpliría la agenda escrita explícitamente en “Mi Lucha”.

—Los políticos nunca cumplen sus promesas—, decían.

Pero ahí la excepción se cumplió.

A los hombres inestables y poderosos, ebrios de poder, hay que creerles.

Siempre hay que creerles.

 

@fvazquezrig