Quebradero

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Las pesadas herencias

 

Por Javier Solórzano Zinser

 

A los expresidentes no les queda de otra que asumir aquello de que muera el rey, viva el rey; sin embargo, difícilmente se hacen análisis profundos sobre sus gestiones. Si bien viven bajo un periodo de gracia, algunos de sus funcionarios terminan por ser señalados y en algunos casos en la cárcel. Todo lo que tiene que ver con ellos de la noche a la mañana termina por entrar a la nave del olvido y el desprecio.

Algunos como Salinas de Gortari se fueron a esconder a una de las colonias de Solidaridad en Monterrey para evitar su eventual detención. No lo metieron a la cárcel, pero su hermano Raúl estuvo cerca de 10 años detenido, de los cuales cuatro fueron en Almoloya.

En los últimos sexenios los que entran hacen mutis con los que se van. El caso de Peña Nieto muestra algo de ello. Pareciera que se hubiera dado una especie de acuerdo entre el impresentable y López Obrador. Muchos asuntos en que existían evidencias de corrupción del mexiquense pasaron a segundo plano en medio de mucho ruido y pocas acciones legales.

El frustrado aeropuerto de Texcoco es una prueba. López Obrador acusó en innumerables ocasiones la corrupción que aseguró existía detrás de la obra. Hoy no hay un solo detenido y usted y yo seguiremos pagando durante años la deuda que hay que pagar por la cancelación de la obra. No hay detenidos, pero sí hubo mucho ruido y escasas acciones legales.

Peña Nieto se fue España y vive campante sin que tras él exista el más mínimo asomo de alguna acción legal en uno de los sexenios en que más se ha señalado la corrupción.

Los expresidentes en la mayoría de los casos se van campantes, de no ser por el susto a Salinas de Gortari, y viven tranquilamente, aunque algunos de ellos se quejen de que ya no reciben su pensión, porque aseguran que les va mal.

Con todo lo que se dice de ellos, todo se ve lejos de lo que se suponía habían tenido, bajo el supuesto de altos salarios e “intereses” de los muchos negocios del gobierno; recordemos aquello del ten percent.

Lo delicado de esto es que se cuidan las espaldas unos y otros, a querer o no, y al final los ciudadanos no sabemos realmente los pormenores de su trabajo, porque una cosa es presumirlos, y otra agencia que dejan.

Muchas cosas se podrían decir de ellos. Los podrían acusar de corrupción, veleidosos, mentirosos, de vida privada licenciosa, pero al final terminaban y terminan con una etiqueta de intocables.

El caso de López Obrador tiene otras variantes. Va a vivir intocable. Nadie se atreverá a señalarlo en el corto y mediano plazo. Son muchas las razones, pero, sobre todo, es el hecho de que el expresidente tiene extensión de su proyecto político y de gobernabilidad en quien encabeza los destinos del país.

A pesar de esto, empiezan a surgir indicios de lo que podemos definir como la herencia pesada. Si bien la gestión del país en los últimos años tuvo indudables avances en materia social, en materia económica y política tiene muchos elementos cuestionables, los cuales hoy le van apareciendo a la Presidenta, quien los va sorteando con nuevos matices.

No vemos cómo se atrevan a cuestionar el pasado inmediato, a pesar de los grandes problemas en materia de salud, educación, seguridad, política, exterior y las muchas situaciones que se vivieron al interior de las dependencias, por las exigencias que vivieron los burócratas. El sexenio está y estará intocable. La herencia política de López Obrador va a ser imposible que alguien se atreva a juzgar e investigarlo; quien se atreva será acusado de traición y neoliberal.

El mayor riesgo de esto es que seguirán las cuentas alegres que impedirán redirigir el futuro, que, sin duda, hace falta.

RESQUICIOS.

¿Hasta dónde llegarán con el Cuau? Se le puede estar acabando su tiempo de gracia, porque su herencia le está cayendo encima a la gobernadora. Quizá no pase nada como en Sinaloa y Sonora, o quizá terminen demostrándonos que no son como los de antes; digo.