Por Lyneth Santiago
*El nombre de la entrevistada fue modificado a petición suya
Violencia y abandono, dos palabras que rigen en el mundo no solo de los animales domésticos, sino de cualquier tipo.
De acuerdo con datos registrados por la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), se estima que siete de cada 10 animales domésticos sufren de algún tipo de maltrato, con más del 70 por ciento los perros y 60 por ciento los gatos.
El maltrato animal ha sido un tema bastante preocupante en todo el país, desde gente que golpea a los animales, hasta gente que los viola.
Abandonar a los animales a su suerte es uno de los factores que aumenta cualquier tipo de maltrato, pues al final son animales, no tienen voz para expresarse y mucho menos pueden hacer algo para defenderse de la maldad.
La historia de “Cookie”
Lizeth Ribot es una joven de 20 años que vive en Minatitlán, Veracruz, quien nos cuenta un poco acerca de su vida rescatando animales y de cómo ha sido testigo de la falta de empatía de las personas hacia los mismos.
“Uno de los primeros animales que rescaté fue a mi gato ‘Cookie’. Iba yo rumbo a mi casa, la lluvia era ligera y no llevaba paraguas, así que pensé que lo mejor sería cortar vuelta para no terminar empapada, por lo que decidí tomar una ruta corta que consistía en cruzar un callejón que daba a la avenida principal. Recuerdo que yo iba cubriendo mi cabeza con la mochila, corriendo un poco y cuidando de no caerme, pero pronto escuché un maullido. Me detuve y miré hacia todos lados, incluso dije, ‘ah chinga, ¿será mi imaginación?’, pero algo me decía que no, así que me acerqué al portón de un salón de fiestas abandonado y ahí casi en la mera entrada vi una caja de cartón, mojada y con unas croquetas tiradas afuera, ya todas húmedas por la lluvia. Entonces lo vi. Un pequeño gatito amarillo rayado. Supe entonces que tenía que llevármelo a casa, seguro mi mamá me regañaría, pero no me importaba, no podía dejarlo ahí”, narra.
Lizeth menciona que algo muy curioso es que, en el camino a casa, el gatito maullaba con fuerza y se aferraba a su suéter, era como si supiera que ya no iba a pasar frío.
Claro que no fue fácil que sus padres aceptaran a “Cookie”, pues tenían dos perros más grandes y el desafío iba a ser que éstos no le hicieran daño al gatito.
“Por suerte mis perros, a pesar de ser grandes, como que comprendieron que era un ser más pequeño que ellos y que debían cuidarlo, no fue difícil acostumbrarlos a su presencia, ya después hasta jugaban (…). Desde pequeña siempre me han gustado los animales, siempre he tenido un ‘corazón de pollo’ y cada que salía con mis papás y veía a un animal en situación de calle, yo me lo quería llevar, pero pues no se podía. Sin embargo, les dábamos agua y comida, con eso me quedaba más tranquila porque al menos los podía ayudar con eso, quién sabe cuándo iban a volver a comer”, recuerda.
Cabe destacar que, para Lizeth, criar a un gatito no fue tan fácil, pues había que enseñarle dónde hacer sus necesidades, que no se subiera a los muebles o que no se saliera de casa aun estando pequeño, pero fue algo que, con paciencia y tranquilidad, logró.
“Cookie” fue el apoyo de Lizeth en muchas ocasiones, pues cuando llegaba triste de la secundaria, una de las cosas que la motivaba era que, llegando a casa, encontraría a su gato ahí para ella. Desarrollaron un vínculo muy fuerte, pues ella lo rescató de la calle y él la rescataba un poco de los pensamientos tristes que la seguían.
“Era como si Cookie supiera cuando yo estaba triste, pues siempre quería estar a mi lado acostado, ronroneando o amasando mi estómago. No se alejaba de mí, incluso cuando practicaba con la guitarra, él estaba ahí (…) como tenemos un patio muy grande y con varios árboles, él salía, no le gustaba estar encerrado en casa, pero a pesar de salir, siempre volvía. Fue mi apoyo en muchos momentos, especialmente cuando me encontraba triste… nunca se separaba de mí, siempre dormía conmigo y cuando necesitaba salir, me daba pequeños golpecitos en la cara con su pata o simplemente se me subía al pecho y me observaba.”
Lizeth nos cuenta que las “mañas” de pequeña se le han quedado hasta el día de hoy, pues cada que tiene la posibilidad, ayuda a los animales en situación de calle dándoles agua y comida, porque sí, uno nunca sabe cuándo volverá a comer.
“La última semana en que ‘Cookie’ estuvo conmigo, se comportó muy cariñoso, no salía de casa, solo iba al baño y se regresaba, no se quería despegar de mí (…). Un día simplemente desapareció para no volver más. El que se hubiese estado comportando cariñoso y demás, siento yo que fue como una despedida. Durante semanas lo estuve buscando por las colonias, preguntando, intentando hallar algo de él… pero no tuve éxito. Supe entonces que ‘Cookie’ ya no regresaría, que él ya había cumplido su ciclo junto a mí, así que mirando al cielo le agradecí por haber estado allí para mí, apoyándome, porque sí, incluso un animal puede salvarte de la tristeza que a veces puede consumirte”, relata.
Responsabilidad
Para Lizeth, “Cookie” fue su mayor apoyo, su mejor amigo, quien estuvo con ella en sus momentos tristes. Porque muchas personas llegan a pensar que los animales no sienten, pero sí lo hacen a su modo. El último animal que rescató y que ha cuidado es un perrito que ya tiene cinco años de estar con ella. También fue víctima del maltrato animal al ser abandonado en un parque, dentro de una caja muy pequeña y con al menos ocho cachorros dentro. Por suerte, encontraron adoptantes y ella fue una.
Para muchos es fácil dejar tirados y abandonados a su suerte a los animales, muchas veces porque ya han crecido y no les gustan, porque ya les son un estorbo, porque ya no tienen para cuidarlos o porque simplemente ya no les interesa, sin pensar en que puede haber alguien que necesite el cariño de una mascota.
En lugar de abandonarlos, sería mejor darlos en adopción a gente que realmente se comprometa a brindarles los cuidados necesarios, un espacio libre donde puedan estar tranquilos y no corran algún riesgo de ser maltratados.
Hay veces en que para muchos no está en sus manos poder cuidar a un animal, pero si podemos ayudar dándoles agua, comida -e incluso llevándolos a la veterinaria si está en nuestras posibilidades- o llevándolos a algún refugio. Seamos empáticos con los animales, porque ellos también sienten.