El Presidente tenía claro lo que se jugaba el 2 de junio. No era sólo el triunfo de su candidata, era también ganar el Congreso en lo que llamó el Plan C.
Falta por saber qué va a pasar con la asignación de legisladores, pero todo apunta a que en San Lázaro tendrán la mayoría absoluta y en la Cámara alta será cosa de que puedan “convencer” a tres o cuatro senadores para que también la alcancen.
Se ha cuestionado por qué López Obrador no llevó a cabo todas las reformas que quería siendo que tenía la capacidad de hacerlo en los primeros años de su Gobierno. Va quedando claro que lo que quería era llegar al final de su administración con fuerza y apoyando por la buena o la mala a su candidata, y, sobre todo, presentar sus reformas que le harían trascender su sexenio.
El multicitado pasado 5 de febrero fue la clave de su administración y su proyección. No asistió a la ceremonia en Querétaro en su calidad de Presidente, lo cual en pocas ocasiones ha sucedido, para concentrar toda la atención de sus millones de fervientes seguidores en sus 20 reformas.
De todas ellas se destacan la reforma al Poder Judicial y la electoral. Quizá el Presidente no tenía la certeza de que se pudiera obtener el Plan C. Es por ello que a lo largo de todos los meses de campaña y antes apoyó con todo lo que estaba a su alcance a su corcholata favorita.
Entre que la oposición estaba y sigue perdida y que el Presidente tenía y tiene un gran poder entre amplios sectores de la población, la elección acabó siendo casi como quería López Obrador.
Pudiera ser que el resultado tuviera dosis de sorpresa, pero la movilización que hizo la mayoría en todo el país le dio un triunfo holgado y vino a confirmar el peso del Presidente y la fuerza que tiene en todo el país. Su presencia y exhorto entre mucha gente acabó por llevar a votar a millones de ciudadanos por los candidatos que presentó Morena, los cuales tenían como única tarjeta de identidad a López Obrador.
Es importante recordar todo esto, porque la decisión que se va a tomar en septiembre de aprobar la reforma al Poder Judicial tiene que ver con un plan trazado desde hace tiempo, ante lo cual no hubo fuerza que se opusiera o que surgiera una alternativa para la ciudadanía.
El letargo de la oposición no ha terminado. De no ser especialistas en derecho, académicos, jueces, ministros y en general trabajadores del Poder Judicial, no se ha podido frenar ni persuadir para ofrecer giros al proyecto original.
Como era de esperarse se han organizado una serie de foros que difícilmente trascenderán en su contenido. No se asoma la más mínima voluntad para escuchar y atender las muchas voces que han planteado críticas y propuestas.
Asegurar que muchas cosas se van a atender después de la aprobación no tiene sentido, porque van a partir de un problema de origen. Puede acabar pasando que terminemos con una reforma al Poder Judicial cargada de vericuetos y que lo que se presume sea un paso para la transformación de la justicia en México termine siendo más burocracia, una maraña y un enredo de alto riesgo.
Estamos cosechando lo que a lo largo de los últimos años se veía venir y no hubo fuerza alguna que lo frenara o que al menos paliara. Con una oposición y ciudadanía pasiva se fue desarrollando un proyecto que tuvo como punto de partida la crítica sistemática, a menudo dolosa sin dejar de reconocer la complejidad y necesaria crítica a los aparatos de justicia.
La reforma judicial se va a aprobar. Los foros sirvieron para justificar las decisiones. El Presidente sabe que es el inicio de un cambio de régimen, el siguiente paso es la reforma electoral.
RESQUICIOS.
Kamala Harris se va convirtiendo en una posibilidad de triunfo para los demócratas. La Kamala que estamos viendo es muy distinta a la que vimos como vicepresidenta, entendiendo que sus funciones le exigían discreción; Trump ya tiene a una adversaria que le puede ganar y que ya se vio que le anda preocupando.