Quebradero

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6 años de concentración de poder

Por Javier Solórzano Zinser

Este sexenio va a pasar a la historia, entre otras cosas, porque el Presidente fue el centro de todo de principio a fin.

Ha hecho de muchas situaciones en que ha quedado en claro que el Gobierno es responsable de evidentes errores y contradicciones, un detonador para atacar a quien llama sus “adversarios” a los que se suman todos los calificativos.

López Obrador va a ser reconocido por una gobernabilidad hasta cierto punto inédita y por haber puesto en el centro de la sociedad a los más desprotegidos, pero no va a haber manera de darle crédito en lo que corresponde al terreno de la crítica y autocrítica. Definió su sexenio bajo la máxima de estás conmigo o estás contra mí rompiendo todos los matices y la diversidad de pensamiento de una sociedad.

Bajo esta premisa fueron apareciendo adversarios por doquier. Las mañaneras le han servido para fortalecer su centralismo y para lanzar todo tipo de críticas a quienes no piensan como él sin pasar por alto que en los últimos años entramos en un toma y daca en donde desde las mañaneras se defendía o se atacaba y desde los medios y las redes se defendía o se atacaba.

El Presidente encontró este mecanismo para fortalecer su centralismo. Se convirtió en lo que quería ser, el centro del debate y la discusión pública y además ser el centro de todo lo que esto significa de la narrativa cotidiana de la sociedad.

Sin dejar de reconocer la gran popularidad y cercanía de amplios sectores de la población con el Presidente, él se convirtió en uno de los ejes de la gobernabilidad, López Obrador se ve a sí mismo como la personificación del pueblo, en lo que compete al ejercicio democrático y plural de escuchar a los otros o entender que hay muchas voces diferentes a la suya. El sexenio va a terminar con un pendiente, el cual, por cierto, pudo haber sido un factor clave para evitar los altos niveles de polarización y, sobre todo, la posibilidad de gobernar para todos y no solamente para quienes son sus seguidores.

Es probable que estas consideraciones no pasen por el Presidente. Concibe a la democracia bajo condiciones diferentes en donde pareciera que las instituciones le estorban, no es casual su expresión de hace algunos años de “al diablo con sus instituciones”. Bajo una presidencia centralista como la de López Obrador podríamos estar ante una concepción de la democracia concentrada en el propio Presidente, lo cual se ha visto en el gobierno nadie se atreve a cuestionar, ni siquiera pensando en una mejor gobernabilidad.

Éste va a ser uno de los grandes pendientes, porque quien gane las elecciones, incluyendo a Claudia Sheinbaum, tendrá que atender a una sociedad que se encuentra dividida y confrontada. No se trata de pasar por alto las muchas diferencias que a lo largo de décadas han existido, lo que sucede es que en los últimos años la división se acentuó en lugar de encontrar caminos de convergencia reconociendo las diferencias.

El Presidente tuvo desde el inicio de su sexenio una capacidad de maniobra para lograrlo, pero no estaba en su esquema. No hubo un solo indicio o intento de encontrar convergencias, un dato que lo ejemplifica es que López Obrador no se reunió a lo largo de su administración en ninguna ocasión con la oposición.

Todo lo que pasa por la crítica o por señalamientos al gobierno termina bajo una narrativa de crítica hacia quien lo hace sin reflexiones que permitieran analizar e investigar las cosas.

El tiempo dirá si la estrategia presidencial era la indicada para revertir todas nuestras carencias. Por ahora lo que se ve es poco con un sinfín de contradicciones.

RESQUICIOS.

La lamentable muerte de un adolescente en Tabasco confirmó que el Presidente se ve como el centro: mis opositores “magnifican” el asesinato para afectar a mi gobierno debido a la temporada electoral, “los corruptos están muy enojados”. La madre de Dante Emiliano dejó en claro cómo ve las cosas: al Presidente “se le salió de las manos la delincuencia”.