Por Raúl Arias Lovillo
Se podría pensar que la 4T no tiene futuro por todos los problemas que ha venido acumulando a lo largo de este sexenio. Y no faltaría razón para pensarlo así porque, como se dice coloquialmente, “no ha dado pie con bola”. Realmente uno se pone a pensar cuáles son los grandes logros de la gestión en el presente gobierno pero por más que le rasquemos sólo vamos a encontrar los incrementos en el salario mínimo y el aumento de algunas prestaciones sociales, pero estos raquíticos resultados positivos contrastan con la enorme cantidad de consecuencias negativas que se pueden registrar en este gobierno. Hoy hay más pobres y desamparados en el país, tan sólo recordemos que hay 30 millones más de compatriotas en este sexenio sin acceso a servicios médicos y a medicinas; hay más violencia e inseguridad, la corrupción no cede, incluso para algunos analistas ha aumentado; se han desperdiciado recursos públicos como nunca en la historia y hoy estamos más endeudados y frente al serio peligro de una crisis financiera. Por tanto, no hay comparación entre los muy pequeños logros y los enormes fracasos del gobierno.
Cuando hablamos de que la 4T no tiene futuro nos referimos también a otros factores que son consustanciales a la esencia misma de la propuesta de este Movimiento de Regeneración Nacional (Morena). Me explico.
El proyecto de la 4T está anclado a una visión atrasada de la realidad mexicana. A una etapa de nuestra historia, a principios de la década de los años setentas del siglo pasado, cuando el corporativismo vigente permitía que existiera un gobierno autoritario con decisiones verticales y sin participación ciudadana. Cuando la estadolatría dominante justificaba que el Estado jugara un papel clave en la economía, en la política y en toda nuestra vida social. Este México es el que sueña recuperar por completo López Obrador y su partido Morena. Ejemplo claro de esta visión retrógrada de nuestro desarrollo es la apuesta de AMLO por defender una supuesta autonomía energética que lograríamos apostando a Pemex, a la CFE y a las refinerías del país. Se han documentado claramente los enormes costos financieros y ambientales de esta terquedad, mientras hemos perdido años valiosos por dejar de invertir en energías limpias. En el mismo sentido se puede ubicar el deseo de eliminar las minorías en el Congreso, cancelando las candidaturas plurinominales, o suprimir todos los organismos autónomos por supuestas razones de austeridad republicana.
Sin embargo, en la tercera década del siglo XXI México es un país muy distinto al de aquella época. Hoy somos un país enorme y diverso, con una fuerte presencia de clases medias y con una activa participación ciudadana. Si bien tenemos fuertes reminiscencias culturales del corporativismo, las pocas corporaciones que existen son cascarones vacíos con escasa representación social. Y algo fundamental, lejos estamos de ser la pequeña economía autárquica de aquellos años, el Tratado de Libre Comercio con Estados Unidos nos catapultó a ser una de las economías más grandes a nivel mundial.
En consecuencia, el proyecto de la 4T es un modelo que pertenece al pasado y que no puede tener futuro en nuestra actual complejidad social. No puede sobrevivir en nuestro país otra vez un régimen de partido casi único y no puede gestionarse con las decisiones de un solo hombre. Esto solo puede tener cabida en la mente de AMLO.
El México de nuestros días solo puede gobernarse con un diálogo permanente entre todos los sectores sociales, con un sistema de partidos, una clara división de poderes y con el respeto a todas las minorías sociales. Y como corresponde a un país abierto, democrático y responsable, México debe contribuir a enfrentar los impactos del cambio climático mundial y a cumplir la Agenda 2030 y los objetivos del desarrollo sostenible. Queremos tener una Nación coexistiendo en el mundo del siglo XXI y no un país regresando al siglo XX.