Basta de normalizar el desastre 

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Por Raúl Arias Lovillo

Desde hace algunos años es evidente que no vivimos una situación normal en nuestro país. Somos una sociedad enormemente dividida, sin condiciones para establecer un diálogo que fructifique en acuerdos para reconstruir una deseada convivencia social. Una sociedad cuyos miembros vivimos con el miedo o el temor de ser asaltados en las calles o en nuestras casas, que tenemos que planear nuestros viajes para no transitar por carretera en las noches, que vivimos al acecho de sufrir una extorsión y, en las ocasiones más extremas, de vivir con el miedo de ser secuestrado o perder la vida y en el caso de nuestras mujeres de ser violadas y asesinadas. Abramos los ojos, no podemos seguir normalizando la cotidiana polarización social, no debemos acostumbrarnos a escuchar el conteo diario de los miles de homicidios dolosos, feminicidios y desapariciones de personas.

El gobierno ha hecho de las mentiras una forma sistemática de comunicación con la sociedad, solo los seguidores del presidente permanecen ajenos por muy grandes que sean las falsedades emitidas. Un día nos dicen que tendremos un sistema de salud como en Dinamarca, otro que ya no existe el huachicol o que los miembros de la familia de AMLO no son responsables de ningún acto de corrupción, que no se ha incrementado la deuda externa, etc. Mentiras, grandes mentiras que la sociedad no somete a un profundo juicio. Regresemos a reconstruir el sentido crítico que debemos tener para enjuiciar al gobierno, para criticar al poder.

Ni en los tiempos de Peña Nieto hubo el enorme despilfarro de recursos públicos como en el actual gobierno. Se ha gastado de manera irresponsable en tres obras que no tienen ningún impacto social importante. El AIFA no es el aeropuerto que requiere el flujo de turistas que México recibe, como tampoco cuenta con las condiciones para garantizar la movilidad que necesita un país con las dimensiones del nuestro; la refinería de Dos Bocas no solo es una obra mal planeada sino también mal diseñada y peor construida, tanto así que pese a inaugurarse ya en varias ocasiones es la hora que no refina ni un litro de gasolina y cuando produzca no habrá forma de sacar la gasolina y otros productos a los centros de consumo ya que no cuenta con poliductos; el Tren Maya fue un capricho más del presidente, cuyos altos costos financieros y sobre todo ambientales quedarán para la historia. Pero el despilfarro más escandaloso es el del monto que el gobierno de AMLO ha destinado a Pemex en lo que va del sexenio y que asciende a 89 mil millones de dólares aproximadamente. Para dimensionar esta cifra, hay que decir que equivale al PIB de Venezuela. Realmente es inexplicable que se haya invertido tanto dinero en una empresa que está peor que al inicio del sexenio, con una producción que tiene una fuerte tendencia a la baja y con una enorme deudas que refleja mayores vencimientos en el corto plazo (Datos tomados del excelente texto “90,000 millones de dólares para Pemex” de Jorge Castañeda Morales publicado en El Economista). Urge parar este despilfarro de recursos públicos cuyo destino, además de improductivo, ha sido muy poco transparente.

Una de las peores cosas que nos dejará el gobierno de AMLO es su visión, retrograda sobre la educación, la ciencia y la tecnología. Precisamente esa visión es lo que explica el desmantelamiento de importantes, instituciones de investigación y de gestión del conocimiento, la desatención presupuestal de las universidades públicas y el atraso educativo que nos deja para nuestra niñez la Nueva Escuela Mexicana y sus libros de texto; en el mismo sentido hay que anotar el absurdo proyecto de las universidades del bienestar, ejemplo claro del populismo gubernamental. No podemos normalizar esta pobre visión en la etapa que vivimos la mayor revolución científica y tecnológica de la humanidad. Nuestro país necesita impulsar seriamente un proyecto de desarrollo científico y tecnológico, así como de una educación de calidad.

El sexenio de AMLO será recordado como uno de los mayores desastres de nuestra historia. Somos un país que necesita mirar hacia adelante, no regresar al pasado; se requiere fortalecer las instituciones y una cultura de respeto a la legalidad. Buscar los consensos sociales para dar prioridad a las políticas públicas que resuelvan nuestros problemas más sentidos: violencia e inseguridad, empleos bien remunerados, sistema de salud, abasto de agua, mejoramiento sustancial en infraestructura y conectividad, desarrollo del servicio civil de carrera. Solo así podremos reconstruir nuestro país del desastre actual para sentar las bases de una Nación radicalmente distinta a la que hoy tenemos.