Por Emilio Cárdenas Escobosa
Este viernes 1 de marzo inician las campañas políticas de quienes contenderán por la presidencia de México, por los 500 escaños de la Cámara de Diputados y 128 de la Cámara de Senadores del Congreso de la Unión.
Serán 3 meses, hasta el 29 de mayo, en los que las y los abanderados buscarán convencer al electorado de las bondades de sus propósitos y de su capacidad para servir eficazmente a los intereses y preocupaciones colectivas.
En cada uno de nosotros está el creer o no en sus ofertas, movidos por el conocimiento que podamos tener sobre ellas y ellos, las plataformas electorales que enarbolan o el historial y la práctica de gobierno de los partidos que los postulan.
Llegó la hora de seducir y persuadir al electorado, convenciéndolo de que la propia posición frente a los temas de debate público y político es mejor que la de los contendientes.
Para lograrlo se espera que exista un debate vigoroso, en el que el diálogo respetuoso y la presentación de propuestas sea la premisa fundamental. Debe trascenderse el que todo el peso de esa tarea persuasiva se quede en la utilización de la imagen del candidato o en las estrategias de guerra sucia o contra campañas que han venido tomando carta de naturalización en nuestro país, sobre todo con el auge de las redes sociales.
En un entorno de enorme polarización como el que vive México los ciudadanos queremos conocer proyectos y propuestas de cómo se atenderán los grandes pasivos que tenemos y sobre la vía que ofrecen para resolver los ingentes problemas de la nación; más que descalificaciones y denuestos queremos conocer la manera en que plantean hacerle frente a la grave situación de inseguridad, su postura frente al proceso de militarización del país que hemos visto los últimos años, ante la persistencia de la corrupción y la impunidad, la crisis en la impartición de justicia, y las vías que ofrecen para impulsar al campo y la industria, atender la necesidad de generar alternativas reales de empleo e ingreso, más allá de los programas asistenciales, el impulso al desarrollo sustentable, a la ciencia y la cultura, entre un largo rosario de asuntos de interés público.
De ahí la relevancia de confrontar opiniones y para ellos destacan los debates que organizará la autoridad electoral entre las y el aspirante a la presidencia y desde luego los que habrá entre aspirantes a otros cargos, o a las gubernaturas de los estados, conforme al calendario electoral en curso.
Debate, propuesta y defensa de argumentos caracterizan y son requisito de las instituciones y procesos que denominamos democráticos. La dialéctica –o arte de disputar- y la retórica –o arte de componer discursos- son elementos consustanciales al ejercicio de la política y representan herramientas imprescindibles a los fines de la persuasión y la formación de consenso.
Decisión compleja si nos atenemos al tipo de mensaje y vínculo con el elector que se deriva no solo de apresurados recorridos proselitistas y mensajes a bote pronto de los abanderados, sino a lo que algunos expertos definen como la «americanización» de la comunicación política de las campañas, en donde lo que prima es el vaciado de referencias ideológicas en las propuestas electorales, o la proliferación de insulsas frases y rostros sonrientes en la propaganda que veremos en el paisaje rural y urbano, sin contar con la saturación de mensajes cargados de odio y denostaciones que leemos y seguramente se multiplicarán en las redes sociales.
Es fundamental, pues, elevar el nivel del debate porque no debe olvidarse que la confrontación de ideas, de posturas de los intereses opuestos, es necesaria para forjar una ciudadanía activa e informada en los procesos de deliberación pública.
No obstante, en un escenario en el que la imagen se antepone al mensaje, y cuando la difusión masiva de encuestas pretende sustituir la decisión del elector o inhibir su participación ante presuntos triunfos consumados con antelación, en el momento de formar un juicio u opinión, dada la pobreza del saber colectivo en general, el ciudadano tenderá de manera natural a utilizar aquella información que resulte más accesible o disponible para su memoria; aquella que implica menores esfuerzos de pensamiento y recuperación.
Por ello, el éxito de las modernas formas de hacer política y de organizar y conducir las campañas políticas, donde las imágenes de los candidatos se moldean para intentar tender un puente que estreche el abismo que separa a partidos y votantes.
A tales fines, se enfatiza el papel de las personalidades en detrimento de los programas, lo que conduce invariablemente a que las identidades partidistas se debiliten y las convicciones ideológicas se desplacen a favor de soluciones pragmáticas, al jingle pegajoso en los machacones spots que poco o nada nos dicen, a la frase ingeniosa o el divertido mensaje en Tik Tok. Ese es el quid de los modernos cánones de la mercadotecnia electoral.
Lo que requerimos, en suma, dado la confrontación de dos proyectos de nación que se juega en estas elecciones, y lo realmente serio que está detrás de la escenografía de las campañas, es un debate público tan vigoroso como respetuoso a quien piensa diferente.
No puede ni debe ser de otra manera cuando la estabilidad política, la regeneración del tejido social y el fortalecimiento de las instituciones y procesos democráticos en los próximos años están de por medio.
Que esa sea la apuesta de los jugadores.