Manuel Acuña, la efímera vida del poeta

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Por Sandra Luz Tello Velázquez

Hablar de Manuel Acuña implica adentrarse en la efímera vida de un escritor inquietante, melancólico, depresivo y uno de los más reconocidos exponentes del Romanticismo mexicano, quién sigue atrayendo tanto a lectores intelectuales como a  los menos estudiados, a críticos, investigadores, reporteros y poetas debido a su misteriosa personalidad.

Los amores de Acuña se conjuntan con los sueños, con la fatalidad de su vida y tras haber transcurrido 150 años se continúan cuestionando los motivos que lo llevaron a quitarse la vida a la edad de 24 años

Acuña experimentó su iniciación existencial y poética a los 19 años, al ofrecerse para él un mundo: el de la capital de la República, tras abandonar los cerros y las áridas tierras de su natal Saltillo.

Estudiaba medicina en el Colegio de San Idelfonso, en la Ciudad de México, mientras disfrutaba de la compañía de los jóvenes poetas que formaban la Sociedad Nezahualcóyotl y se reunían en el Convento de San Jerónimo para escribir, comentar y discutir poesía. Manuel Acuña fue un asiduo visitante de la cafetería ubicada en el callejón del Arquillo (hoy Cinco de Mayo), ahí desayunaba o tomaba café; caminó por el Paseo de las Cadenas, frente a Catedral, así mismo se le veía por Santa Isabel, calle en la que se ubicaba la casa en la cual vivieron Rosario, la  madre de esta y sus hermanas Asunción y Margarita.

Por otra parte, se mantiene la incertidumbre con respecto a las razones que motivaron su suicidio, él mismo habla de su muerte en una carta encontrada por Juan de Dios Peza en la mesita de noche en la que expone veladamente las razones de su deceso, sin embargo, siempre se ha considerado al poema “Nocturno” como la despedida a la vida que, Acuña hacía de forma anticipada.

Por años se ha considerado a Rosario de la Peña como la causante de la desdicha de Acuña, pero es necesario precisar que la escritora, Laura Méndez podría ser la sombra que se encuentra detrás del poema “Nocturno”, pues se dice que la destinataria de este no era Rosario.

No hay forma de dar respuesta a los cuestionamientos que surgen con respecto a los motivos que Manuel Acuña tuvo para suicidarse, sin embargo, es un hecho que no le bastaron las caricias de una ciudad capital para disipar

la sombra que la nostalgia del alma tendía sobre su corazón al dejar a su madre en su tierra natal. Tampoco fue suficiente  el estudio de la ciencia médica para  redimir a la humanidad, ni para transformar la vida de manera perpetua

Finalmente, si la muerte es enigma sin respuesta, el suicidio incrementa las conjeturas en lo que respecta al fallecimiento de Acuña. Lo que es innegable es su calidad de poeta como  máximo representante tanto de los ideales románticos como de los positivistas, susceptible al amor, propicio a la imaginación, decepcionado ante un mundo que no estaba hecho para él. Las 96 obras de Manuel Acuña proyectan la conciencia del inútil transcurrir de los días, reflejan su interior, destacando sus desequilibrios psíquicos tanto en la prosa como en los versos íntimos, transparentes y accesibles que reflejan su emotiva lucidez.