Por Darío Fritz
Entre el bien y el mal hubo una guerra. Las células normales mutaron, multiplicaron su apariencia, corrieron defectuosas, se infiltraron y ya no hubo batallón que dinamitara el tumor. Pasa en la guerra de los hermanos por el juguete, luego por la herencia, al final por los recuerdos olvidados del pasado. En la felicidad confrontando con las desventuras del día a día, en la piel y sus hallazgos de las manchas cafés del paso del tiempo, en los logros profesionales hurtados por advenedizos. Le pasa al corazón desgajado por agónicos silencios.
Entre el bien y el mal hubo una guerra, el agricultor sembró con alegría, las lluvias estuvieron a tiempo, las malezas fueron erradicadas, una helada anticipada quemó todo, la cosecha ni los gastos pagó y el precio de la harina se fue hasta las nubes. El pan dejó de llegar a la mesa. Hubo los que alcanzaron buenos abrigos para soportar el invierno, los vientos, la intemperie, los que tuvieron amor y devolvieron cariño, quienes alcanzaron libros compartieron ideas, pero otros alimentaron el odio, se hicieron del poder y desde el escritorio dirigieron las masacres.
Entre el bien y el mal hubo una guerra. Así, el futbol eyectó las armas entre dos países rotos a jirones por la pobreza, otros invocaron dioses, miles cruzaron líneas divisorias, llagaron sus pies, cargaron frustraciones, huyeron de miserias y violencia, buscaron esperanzas, hasta que alguien los deportó y regresaron a sus frustraciones, sus viejas miserias, la violencia que decapita esperanzas.
Hubo más guerras, la memoria se erigió en fuente de acusaciones, el escritor la hizo palabras, las víctimas pruebas, la solidaridad muro de contención, pero el juez la selló en condenas laxas y el gobernante en amnistías.
Alguien -y hay muchos así-, prometió medicinas para hospitales, erradicación del analfabetismo, alimentos que no faltarían a la mesa, seguridad en las calles, libertad para hablar, contradecir, criticar, besarse en las plazas, justicia en las leyes, estabilidad para los más frágiles, la carga impositiva ajustada sobre los más ricos, transparencia en los números, protección para el diferente, pero otro dijo no y fue aupado por millones, la libertad pasó a ser un mérito, medicinas y alimentos de quien pudiera pagarlos, maestros únicamente para niños aplicados, el beso blasfemia, la justicia un garrote, la corrupción un sofisma.
Entre el bien y el mal hubo una guerra, dice la primera línea del poema “Lago en el cráter” de Louise Glück, que habla del alma aferrada al cuerpo para enfrentar a la muerte como representante del bien, aunque luego la voz de la guerra convence al cuerpo bueno de que quizá él sea también el mal, el que ha hecho tener miedo del amor.
Hay una guerra, entre el bien y mal, como habrá tantas más. David Grossman, escritor que perdió un hijo en el conflicto en el Oriente Medio, llamaba en Escribir en la oscuridad a entender al enemigo para desintoxicar el odio que lleve a la paz. Creía encontrar allí a un enemigo tan asustado, torturado y desesperado como él y los suyos. Lo ha repetido ahora que los suyos fueron masacrados y de la misma manera se vengaron masacrando a los otros. Se elige un bando u otro. Ni ser de aquí ni ser de allá salva al que observa cauto. La imparcialidad se padece. Los que quieren paz padecen. Sobrevivir es lo que nos queda.
@DaríoFritz