Por Sandra Luz Tello Velázquez
El editor es principalmente un ávido lector, un devorador de libros, de historias, conocimientos, ideas o descubrimientos. Algunos editores desentrañan la vida misma a través de los libros, entienden para comprenderse, lo que les implica compartir el hallazgo de sus lecturas.
Los editores tienen la oportunidad de abrir numerosas puertas para los lectores que van desde el espectro recreativo hasta la cruda realidad de una noticia o quizá la dichosa aportación de la ciencia.
Editar no es fungir como intermediario entre el autor y sus lectores, el oficio exige comprender lo que un autor ha querido decir y por qué lo dice de la forma en que se expresa, es asumir los motivos de quien escribe, se requiere colocarse en la situación y la intención del escritor y construirle un marco apropiado al contenido. El editor entiende que los libros son fundamentales para la configuración individual y para la apropiación colectiva, es claro que los libros nos construyen.
Un verdadero editor sabe que los libros, las revistas, el periódico no son un mero accesorio, tampoco son un recubrimiento. Un verdadero editor aprecia el valor de la lectura y reconoce que es la médula espinal de nuestro pensamiento.
Cabe señalar que, el número de buenos editores es proporcional al número de buenos lectores, por ello surge esta reflexión, en un escenario dominado por las redes sociales, de igual forma se prefiere un audio libro que facilite el acceso a los contenidos y que no exija atención plena. En la actualidad los conceptos de libro, escritor, literatura, editor, editorial se han devaluado y es debido a las fuerzas mediáticas y económicas que no favorecen el decir o el pensar profundamente.
Es en esta época que el editor se ve obligado a compartir el mismo espacio que los escritores y los traductores en el que todos intentan escapar de una asociación de medios digitales, con el espíritu y los valores de estos tiempos: velocidad, hiperconsumo, omnipresencia, monopolio tecnológico, mediático e ideológico, esto ha hecho que la nueva generación de editores decida, en algunos casos, distanciarse de las plataformas relacionadas con aquello a lo que se oponen, y elijan otras formas de trabajo, así como el formato tradicional: el papel.
Por último, si a todo lo anterior le sumamos que en México hay una editorial registrada por cada dos millones de habitantes en comparación con España que tiene el mismo número de sellos editoriales que en todos los países latinoamericanos de habla hispana juntos, la situación para los editores se vuelve más dramática y el ejercicio del oficio en nuestro país constituye una labor verdaderamente titánica.