Por Uriel Flores Aguayo
Negro o colorido puede ser el futuro de México como resultado de las próximas elecciones federales, sin omitir los efectos similares que tengan en estados como Veracruz. Los proyectos están a la vista cada vez con más claridad, en blanco y negro.
El grupo en el poder no oculta sus intenciones autoritarias. Quieren concentrar el poder y ejercerlo en forma absoluta. Para ellos este sexenio es una etapa hacia la presidencia imperial. No creen en la República, se sienten cómodos en una especie de monarquía o, si se les deja, en una dictadura. En esas imágenes se retratan, las de las vetustas dictaduras latinoamericanas. Es su fácil realidad: culto a la personalidad, corrupción y demagogia. Es una receta simple, sin esfuerzo mayor.
Sin ideales ni propósitos de transformación se han quedado sin banderas justicieras. No van más allá de la propaganda y el corporativismo. Son como el viejo PRI pero con vestidos de brutal ignorancia e ignominia. Están en la plenitud del poder, es tiempo de máxima soberbia y desfachatez. No respetan nada. Ni a las leyes, ni a la gente. Se creen poseedores de un mandato casi divino y actores de una imaginaria revolución. Desprecian a la verdad, riñen con la inteligencia y practican cotidianamente una intolerancia de corte fascista. Les brota el odio con resortes de ignorancia, oportunismo y pose. Cada uno cuida lo suyo, su puesto y futuro, en el contexto de los afanes maximalistas de AMLO y su grupo. No les interesa la democracia, son un verdadero peligro para nuestras libertades.
Del otro lado hay lo que hay: partidos tradicionales y ciudadanía dispersa. En esas zonas hace falta mucha organización y más compromiso. No es fácil enfrentar una elección de Estado. Tiene sus costos. No se trata de un día de campo. Pero es indispensable convocar ampliamente para disputar el poder a Morena. Es vital ir por la Presidencia, las gubernaturas y el Congreso. Por ningún motivo se puede permitir que aplasten y se hagan con el control en mayoría calificada del Congreso. En ese resultado se juega la República, la democracia y nuestras libertades.
Se trata de una lucha heroica. Lo que hagamos en los próximos siete meses define nuestro futuro por varios sexenios. No es juego. No se exagera o dramatiza si se dice que corremos el riesgo de caer en una dictadura. Tal amenaza exige voluntad, convicción, compromiso, solidaridad y absoluta entrega a la causa libertaria por México. Ahí están los proyectos. Son dos caminos radicalmente distintos. Es pluralidad o monolitismo, diálogo o monólogo, elecciones libres o de Estado, democracia o dictadura.
El militarismo de este gobierno es el mensaje funesto. El ataque al Poder Judicial y al INE tiene un objetivo de control absoluto. Sin elecciones libres y sin contrapesos pueden hacer lo que sea, cualquier locura. Hay experiencias internacionales al respecto. Casi siempre parece que no se atreverán para comprobar, adelante, que sí fueron capaces de destruir las bases de la convivencia democrática. Cuba, Venezuela y Nicaragua, guardando las proporciones, son los referentes en los que debemos vernos.
Hace dos o tres años se podría pensar que no estábamos en peligro, ahora ya no es posible cometer el trágico error de ser ingenuos. Son perversos y fantasiosos los que tienen el poder en México. A su dominio casi absoluto le falta muy poco para que sea total. Eso es lo que representan las elecciones del 24. Del control total pasarían al totalitarismo con pérdidas de libertades. En esencia son una especie de nazis light; practican la levedad del mal. Si se requiere algunos de ellos se volverán represores. Ahora ya cuidan sus privilegios propios y de grupo. Eso es lo que defienden envuelto en la demagogia del culto al caudillo. Con todo eso hay que lidiar. No hay de otra. Son tiempos de valientes y dignidad.
Recadito: avísenle a los partidos opositores que estamos en una elección de Estado.