Orfebres de la enseñanza

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Por Darío Fritz

Hay tanto ruido allí afuera que a veces cuesta encontrar el foco. Los pensadores de la antigüedad, que han marcado el camino al paso de los siglos, señalaban a la educación como el lugar para desarrollar los sueños de cómo construir el futuro. Le daban así más valor al educador que al funcionario gobernante. Ser “ministro” o funcionario por entonces –minus-, significaba estar hecho para las actividades menores, en cambio, el magister era, tomado del latín, el maestro. Desde la palabra se simbolizaba la preponderancia de una sobre otra. Por entonces, los hijos de los acaudalados eran los únicos que asistían a recibir conocimientos -fueron los primeros-, y eso, aún entrado el siglo XX, siguió ocurriendo en la mayor parte del mundo.

Se aprendía de memoria -¿algo ha cambiado?- porque no había papel donde asentar el aprendizaje y la oralidad era el modo de retransmitir el conocimiento. Irene Vallejo, que en El infinito en un junco nos ayuda a quitarnos tantas telarañas de ignorancia, relata que para la fiesta de Pentecostés, los judíos del Medioevo hacían una ceremonia con los niños que se iniciaban en el aprendizaje donde debían lamer la miel untada sobre las palabras del alfabeto hebreo escritas en el pizarrón para que les entraran simbólicamente en su cuerpo. Esos maestros de alguna manera hacían que el gusto por el aprendizaje quedará incrustado para siempre en cada cuerpo y la enseñanza fuese un placer y no una carga como muchas veces nos pretenden hacer creer.

Fue Albert Camus quien dejó una marca indeleble de la impronta de los maestros en la formación de los niños, como potenciales transformadores de sus vidas. Después de obtener el Premio Nobel de Literatura en 1957, le escribe a su maestro Louise Germaine para agradecerle que en la pobreza de su niñez, sin su madre y sin sus enseñanzas y ejemplo no hubiese podido llegar a ser el escritor que era.  “No es que dé demasiada importancia a un honor de este tipo, pero por lo menos ofrece la oportunidad de decirle lo que usted ha sido y sigue siendo para mí, y de corroborarle que sus esfuerzos, su trabajo y el corazón generoso que usted puso en ello continúan siempre vivos en uno de sus pequeños escolares, que pese a los años, no ha dejado de ser su alumno agradecido.”

También Nuccio Ordine ha dejado asentado que “la buena escuela…la hacen sólo los buenos docentes” -su reflexión se hace en el contexto de serias dudas sobre los beneficios de la multimedia, las tablets y la educación que se pretende ligar a empresas privadas. Los buenos docentes, dice, son “aquellos que, renunciando a las medidas coercitivas, logran que la única fuente del respeto del alumno hacia el profesor sean las cualidades humanas e intelectuales de éste.”

Hoy meros hacedores de las decisiones de los minus, los magister escuchan el ruido diario allá afuera. Unos libros de textos -¿quién será el autor de tanta redundancia?- realizados a oscuras, cojos en transparencia, impuestos a rajatabla, los tendrán a ellos como orfebres, quiéranlo o no, de arbitrariedades ajenas.

@DarioFritz