Por Carlos Tercero
La acelerada transformación de nuestra época en una era digital, ha detonado igualmente una evolución en la teoría política, que se acelera por el cambio disruptivo que representa el arribo de la inteligencia artificial (IA); asimismo, la intersección de la política y la tecnología ha dado lugar a un nuevo campo de estudio conocido como filosofía tecnológica, que busca comprender y analizar las implicaciones éticas y políticas de la digitalización y las innovaciones tecnológicas, incluida la IA, que demuestra ya su capacidad para transformar diversos aspectos y conductas sociales, comenzando por las formas en que nos comunicamos, hasta cómo trabajamos y consumimos información, en la comprensión de que, a la inteligencia humana el exceso de información le confunde y desinforma; mientras que a la inteligencia artificial, le fortalece y direcciona.
En el ámbito político, la IA representa desafíos y oportunidades significativas; comenzando por su impacto notable es en la recopilación y análisis de datos, pues hoy a través de aplicaciones de IA, se pueden filtrar y procesar grandes volúmenes de datos (big data) en tiempo real, incrementando la capacidad de los gobiernos y los actores políticos para monitorear y analizar el comportamiento de las personas y grupos sociales, lo que plantea al mismo tiempo, interrogantes éticas y legales sobre la privacidad y la protección de datos personales, dado que, a medida que la IA se vuelve más sofisticada y capaz de analizar nuestra información personal, existe el riesgo de que nuestras preferencias y decisiones sean manipuladas o influenciadas de manera subrepticia, por medio de algoritmos y procesos automatizados de aprendizaje para comprender y predecir nuestros comportamientos y preferencias, lo que obliga a cuestionar su impacto en la concepción de la identidad y la autonomía individual, sobre la capacidad de los seres humanos para tomar decisiones libres y autónomas, por ejemplo en lo que respecta a las elecciones y la decisión del voto, al margen de una dependencia tecnológica capaz de erosionar nuestra habilidad de pensar críticamente, reflexionar y tomar decisiones informadas.
Hoy las decisiones políticas, también pueden verse influenciadas por la IA cuyos algoritmos facilitan a instancias políticas y de gobierno, el analizar datos complejos y predecir resultados, surgiendo con ello una nueva preocupación sobre la opacidad y la falta de rendición de cuentas en la toma de decisiones automatizadas, cuyo sesgo puede llevar a decisiones parciales o discriminatorias, y socavar así principios democráticos fundamentales.
En la realidad socioeconómica de México persiste una brecha digital y un elevado porcentaje de desigualdad en el de acceso a la tecnología, que adicionan un apartado respecto a la equidad y la inclusión, en el nuevo marco de estudio de la filosofía tecnológica, reclamando al Estado el que logre identificar y abordar las barreras que impiden que ciertos grupos de la sociedad se beneficien plenamente de la digitalización y garantizar una distribución más equitativa de las bondades tecnológicas, tarea que se debe acompañar de estrategias de educación y empoderamiento de una ciudadanía digital responsable, capaz de tomar decisiones informadas en un entorno de cada vez mayor avance tecnológico.
Es precisamente la evolución constante de la humanidad lo que ha complicado al paso de los siglos, lograr una definición conjunta, única de la teoría, la ciencia política; sin embargo, es claro que la era digital conlleva implicaciones filosóficas y políticas, incluida la relación entre la tecnología y el poder, y que no puede eludir a la justicia social, ni los derechos y responsabilidades de las personas. En esencia, actualiza mucho de la doctrina liberal que nace con John Locke, señalando la limitación de la soberanía del poder del Estado, es decir, proteger la libertad del individuo frente a cualquier otra cosa, y hoy esa cosa, es la realidad digital, que requiere, una clara definición de las limitaciones en la interacción digital entre sociedad y gobierno.
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