Delia. Negociar con el narco
Por Javier Solórzano Zinser
La madre y hermano de Delia Quiroga fueron secuestrados hace dos años. Se pagó el rescate, pero sólo fue liberada su mamá, su hermano sigue desaparecido.
Delia no tiene del todo claro el móvil, pero nos dice que ya no podían seguir pagando la “cuota”. Su mamá vive en la angustia y entre pesadillas. Delia le acompaña y ha organizado un colectivo llamado 10 de Marzo, fecha del secuestro.
Platicamos con ella y su mamá. Viven en medio de la impotencia y el miedo. No tiene manera de recuperar a su hermano o por lo menos saber dónde está, además “se nos acabó el dinero”.
Como muchos otros casos no encuentran en la autoridad un aliado consistente y van de oficina en oficina, “hemos encontrado muy poca ayuda”.
Delia ya no piensa sólo en su hermano. Se ha ido dando cuenta de la gran cantidad de madres que están en la impotencia, el dolor y la tristeza por la forma en que les arrebatan a sus hijos. Las penas comunes y la solidaridad la han llevado a formar un colectivo que es ahora una extensión de su familia, “ahora luchamos diariamente por encontrar a mi hermano y a muchos otros hijos desaparecidos”.
Hasta ahora no ha tenido respuesta firme por parte de las autoridades. Una cosa es que el Gobierno de Sonora les atienda y a veces reciba, y otra muy distinta es el que le estén ayudando a resolver un problema “que nos tiene en la angustia y sin poder dormir”.
Hace pocos días, Delia subió un video en el que le plantea a los cárteles de la droga una tregua que les permita a las familias no vivir en medio de la violencia. Se trata de poder llegar a un acuerdo que les permita circular libremente con seguridad para buscar a “sus hijos y familiares”, pero, sobre todo, que se pueda de alguna manera terminar con la violencia.
Le cuestionamos lo que esto pudiera significar en muchos escenarios, particularmente por las cruentas confrontaciones por las plazas entre los narcotraficantes, a la vez que se tiene que considerar la complicidad brutal entre autoridades y delincuentes. Delia es enfática en que “no puedo ni imaginar que EU nos diga lo que tenemos qué hacer y menos que se meta al país, pero lo que sí podemos hacer es tratar de vivir en paz”.
Hacer acuerdos con el narco no es el mejor de los caminos. Hacerlo significa que se cierran los espacios de los gobiernos para poder someterlos y de alguna manera es acabar negociando con la ilegalidad. La ciudadanía en algunos estados vive huyendo, muchas familias enteras han puesto su cuota de muerte.
Les ha tocado vivir en zonas en donde los narcos pelean las plazas o son zonas de paso estratégicas para el tráfico de la droga, lo que es un hecho es que negociar es una forma de ceder.
Es entendible que Delia quiera encontrar fórmulas que al menos atemperen la violencia. No solamente quiere vivir en paz ella y millones de personas, quieren sobre todo recuperar a sus hijos, “vivos o muertos”. Al paso del tiempo la esperanza se diluye de manera triste, dolorosa y dramática.
El Presidente ve con empatía la propuesta de Delia para buscar la paz. Sin embargo, lo que llama la atención es que no haya ningún acuse de recibo. Todo esto no puede entenderse ni dejar de verse, entre otros elementos, con la más alta tasa en la historia de México de muertes violentas, las cuales igual pasan por los homicidios que por las acciones brutales de la delincuencia organizada.
Delia hace una propuesta de un riesgo incalculable en medio de su impotencia y desesperación. Es importante detenerse a pensar lo que puede provocar cualquier negociación con el narco, por más que debajo de la mesa hayan pasado muchas cosas; hacerlo es reconocer el fracaso.
RESQUICIOS.
“No aceptaremos que un juez nos truene el dedo”, ésta fue la respuesta de la mayoría de Morena a la orden de una jueza de que se llevara a cabo un periodo extraordinario para nombrar a dos comisionados del Inai. Esto se suma a la declaración de un senador que dijo que lo harían cuando se les antoje, porque son mayoría.