Estadistas o uno más

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Por Uriel Flores Aguayo

Es común leer las expresiones atribuidas a Churchill y a Bismarck en el sentido de que mientras el político tradicional piensa en las siguientes elecciones, el estadista piensa en las siguientes generaciones. El estadista es un hombre de Estado, con un compromiso amplio e institucional sobre todas las cosas, su función está más allá de su propio partido y las facciones, vela por el interés general.

En la historia de México, es casi imposible encontrar presidentes con nivel de estadistas; tal vez lo haya sido Zedillo, si acaso. Los demás, incluido el actual, priorizaron la continuidad de su partido e, incluso, con algunas tentaciones de perpetuidad. Se manejaron en la invasión de los otros poderes, con partido oficial y opacidad.

Esa fue en general la conducción de los asuntos del Estado mexicano. Han sido y son gobierno de partido y partido de gobierno, con uso clientelar de los programas sociales y manejo corporativo de la burocracia. Todo eso es actual en los niveles federal y estatal. Son prácticas anacrónicas operadas con otros nombres y colores. No hubo cambio. Hay retórica y demagogia. Se presume una transformación imaginaria y mitómana.

Es lamentable que nuestro país, urgido de desarrollo y democracia plena, se conduzca con mentalidad y criterios antiguos. Las visiones autoritarias retrasan todo y se vuelven un tapón para el crecimiento nacional. El culto a la personalidad condiciona la adhesión incondicional con aires irracionales a un proyecto del pasado. No hay rasgos de Estadista en un Ejecutivo que utiliza a los senadores y diputados como oficialías de partes y que ataca vulgarmente a la Suprema Corte de Justicia.

Sin división de poderes no hay República, solo puede avizorarse una monarquía o una dictadura. Es una oferta pobre y desnaturalizadora la de ofrecer un gobierno de pseudo ideología y estricto control partidario. Se ahoga la pluralidad y, con ella, se inhibe la participación ciudadana. Las visiones de tipo imperial rechazan la transparencia y la rendición de cuentas. Los políticos tradicionales son ingratos y repelentes. Viven en un círculo vicioso. No despiertan apoyo sincero, son de papel. Aún los audaces y populacheros se quedan huecos y serán intrascendentes en un corto plazo.

México requiere estadistas para aspirar a ser mucho mejor, para encaminarse en la ruta del progreso. Con aprendices y charlatanes hay notas de color, pero no se construye ciudadanía. Pueden ganar elecciones y aparentar que gobiernan, incluso armar movilizaciones partidarias, pero no tendrán mayor sentido sin un pleno Estado de Derecho. Esa es una tarea para gente grande.

Recadito: tenemos enfrente aprendices de dictadorcitos.