Por Darío Fritz
El médico pregunta acerca de los síntomas, revisa, analiza en el caso de pedir estudios y receta. Esa es la escuela de estos días. Pero no siempre fue así. En el siglo XIX el médico quería saber sobre sus pacientes, sus experiencias, su historia, para hacer eso que Hipócrates instituyó entre el 440 y 360 a.C, el historial clínico del enfermo. Ese modo integral de ver al paciente, en especial para ver enfermedades mentales, el neurólogo Oliver Sacks lo definió como la disciplina de la “neurología de la identidad”. Sacks, que le interesaba trabajar sobre el hemisferio derecho del cerebro -el que controla las facultades cruciales del reconocimiento de la realidad como imaginación, intuición, fantasías- porque sus síndromes, a diferencia del hemisferio izquierdo “son mucho menos claros”, ejemplificó sus investigaciones en el terreno común de la gente para que se entendiera.
Un caso que retrató fue el del músico que veía pero no reconocía. Confundía el pie con el zapato o a su mujer con un sombrero, un guante era una superficie continua plegada sobre sí misma. Su notable memoria recordaba lo que decían los personajes de Anna Karenina, pero no las características de sus caras. Es decir, podía hablar de las cosas pero no las veía directamente. Tal agnosia y tal caos que veía el neurólogo encuentra parangón en muchos personajes de nuestros días, aunque clínicamente estén perfectos. En tantos casos de mujeres jóvenes víctimas -unas asesinadas, otras que se quitan la vida, otras que huyen del acoso, otras vilipendiadas por sus pares de género-, ¿qué ceguera alcanza a algunas directoras o directivos de escuelas para no entender que están infectados de discriminación y bullying?, ¿qué tanta agnosia practican o le sirve de excusa a autoridades judiciales, jerarcas de empresas o legisladores ausentes para dejar que una deportista profesional abandone el país como recurso final para encontrar tranquilidad ante la persecución psicológica y física de un machista impune?, ¿qué tanta impericia evidencian para hacer un diagnóstico unos médicos más ubicados en los tiempos de Hipócrates que los del siglo XXI, para enviar a su casa a una menor golpeada a pedradas en la cabeza? ¿qué tanto divismo del poder enferma a una funcionaria para menospreciar a aquellas que hoy reclaman, como ella lo hizo en el pasado, por el apoyo del Estado para competir y defender los colores del país? Parafraseando al escritor Manuel Vicent, no hay una mirada virgen ante la tragedia.
Somos parte de una sociedad en alzhéimer permanente, como si alguna vez algunas décadas atrás no hubiésemos estado perdidos o hubiésemos reído a carcajadas por estupideces, que presenciáramos el maltrato a un compañero de colegio o sintiéramos la muerte ajena y lejana, que hubiésemos amado u odiado por una cita sin corresponder, que traspirásemos a mares y los olores juveniles nos delataran, o que el alcohol, el cigarrillo o el nervio por la chica o chico del 5°A no lo hubiésemos experimentado. Practicamos la agnosia como deporte. Ellas, ellos, son segregados y marginados por el color de la piel o la capacidad del bolsillo de sus padres, castigados con palabras soeces o atormentados por extorsionadores en las redes. ¿Por qué ser tan egoísta en dar por terminada la juventud que pasó y no custodiar la que viven hoy hasta los hijos de otros?
Como el paciente de Sacks, algunos, algunas, de manera adrede sólo ven abstracciones para esconderse del compromiso. Hoy serán noticia, mañana un poco menos y al tercer día se pasa al olvido. Como si la impunidad de sus actos tuviera fecha de caducidad. No te olvides de no olvidar el olvido, escribió el poeta Juan Gelman.
@DarioFritz