Por Uriel Flores Aguayo
En la terrible realidad narca de México, hay algunos hechos de amenazas mortuorias. Los grupos delincuenciales envían coronas de muerto y cabezas de cerdo o de personas. Es delirante. Se trata de amenazas a adversarios, autoridades o ciudadanos en general. Parece de películas de terror. No es la muerte en sí misma, pero es el anuncio de lo que viene, de lo que piensan hacer. Es el lenguaje de las bandas criminales.
Hace unos días funcionarios y diputados veracruzanos del partido en el poder llevaron féretros a la Suprema Corte de Justicia. Les colocaron los nombres de los ministros e hicieron énfasis de oscura creatividad en atacar a la ministra Piña. No es una simple ocurrencia. Es lo equivalente al lenguaje narco. Un féretro es el espacio de un muerto. Llevarlos a una manifestación pública es invocar y desear la muerte de los aludidos. Es, también, una amenaza.
De lo cómico y grotesco de estas movilizaciones, con dosis de acarreo y discursos vulgares, quedan las imágenes de los féretros. En su precaria inteligencia dicen que no llevan malas intenciones, que es figurado. Faltaba más, que los féretros sí llevaran muertos de carne y hueso.
Nadie con mínimos de honestidad puede avalar eso. Son hechos fuertes que desafían el sentido común de la gente. Pueden mover a indignación o a miedo. Sin duda encuadran en los términos históricos de la “banalidad del mal”, conceptos acuñados por la gran Hannah Arendt. Significan la automatización de los empleados y funcionarios públicos; esto es, cumplir órdenes sin reparar en las consecuencias. Los que hacían funcionar los hornos crematorios en la Segunda Guerra Mundial dijeron haberlo hecho por órdenes superiores, sin observar las atrocidades que cometían.
Pasa lo mismo con la clase política veracruzana en el poder. Su motivación es servir al presidente, incluso en las ocurrencias y ataques a las instituciones. Son brutalmente ignorantes y ambiciosos. Disfrutan del poder con demagogia y sin responsabilidades. No se asumen como autoridades, se comportan como partido. Violan las reglas constitucionales y democráticas. Son repudiables sus actos; no inaceptable únicamente como suelen reaccionar las buenas conciencias, eso es un eufemismo. Lo decente y concreto es repudiar y combatir estos gestos violentos.
Triste situación para las feministas de Morena que tienen que callarse ante la violencia de género y la apología de la violencia. Si en público son grotescos, imaginemos lo que dicen y hacen en privado. Se comportan como una pandilla delincuencial, no son gobierno de todos. No respetan el decoro y la legalidad. Ni soñar que se hagan cargo de cuidar el juego democrático. Son autoritarios bárbaros. Con el cuento de una imaginaria transformación se permiten hacer de todo con impunidad. Su borrachera del poder nos sale muy cara.
Vistos en su real dimensión, de juego sucio, queda a los ciudadanos demócratas alistarse para una lucha dura y extensa. Son tiempos de heroísmo, de sacrificios y entrega a las causas de la libertad.
Recadito: vamos a las movilizaciones en defensa de la Constitución y la SCJN.