Locura sagrada

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Por Darío Fritz

Pasan cosas inusuales con Luis Miguel. Ahora que se ha desatado la infernal locura por conseguir entradas para sus conciertos, sea en México, Buenos Aires, Santiago de Chile o Chicago, uno que no juega en esas lides del bolero se queda anonadado.

A algunos la naturaleza nos cocinó papas en el oído y tenemos que lidiar con esa frustración. Como si alrededor girase un terremoto de gritos desembozados, caras descolocadas, histeria colectiva y uno estuviese parado sobre el eje de la tierra impertérrito, sin un músculo que se nos mueva. Ajeno a la locura. La locura sagrada, como diría Salvador Dalí.

Una mujer sale desaforada a la medianoche de su dormitorio y le pide al marido que corra a cuidar al bebé que no ha podido dormir porque acaban de salir nuevos conciertos y hay que hacer fila en la página oficial de venta de boletos. ¡Qué buenos tiempos estos en que lo resolvemos desde casa y no esperando horas fuera de un estadio al rayo del sol! Otra se toma los bucles a cada lado de su sien y vocifera: “¿Cómo?, ¿Cómo pude ser tan, tan…?, ¿Cómo?, ¿Cómo?”. Estaba anotada en el lugar veintiún mil, con su tarjeta de preventa que le devoraba los ojos cafés y cuando finalmente le tocaba el turno, la distrajo una llamada de su jefe. Giró la cabeza y la computadora anunció una destellante frase en rojo de oportunidad a la deriva: “Solicitud cancelada”. Una muchacha, después de seis horas de espera, en el puesto 11,233 de la fila, no cabe en sí misma de felicidad, cliquea los tres lugares en una posición inmejorable que ni se lo esperaba y de pronto, en el paso final, a un tris de ir a contarlo con desembozada jactancia por TikTok, la Mac anuncia “tarjeta denegada”.

En esa desenfrenada locura, cobijada en la esperanza como último pedestal de la vida, anida tanto la infidelidad como los sueños de sultán: el padre con hijos universitarios que busca un lugar en zona oro, plata o gallinero, dispuesto a implosionar la tarjeta de crédito, así sea en Ciudad de México, Puebla o Timbuktú, para quedar bien por partida triple: con la esposa, con la amiga con la que salió alguna vez y con la amiguita del momento. Luis Miguel puede hacer realidad la poligamia.

Menuda tarea le queda al muchacho de sonrisa permanente y tostado perfecto. Sesenta presentaciones recorriendo el continente. ¿Qué garganta hace esa parada? Ha dejado correr la ausencia por cuatro años, lo que parece innecesario para atormentar a sus fans, pero no ha sido así: en ese tránsito lento se dejó ver de piel y hueso en la serie de ficción por streaming que tranquilizaba hasta los sueños más exigentes sobre él. Si alguien quería conocerlo, allí estaba. Apenas si tarareaba algo, pero bien se podía parecer a un muchacho corriente con aspiraciones resueltas y azares de su lado. Íntimo, aunque lejano. Se puede decir que en realidad ha estado presente estos años de retirada sobre los escenarios, una manera de hacer ver que el éxito no es cosa de vender espejitos todas las mañana, tardes y noches desde las redes sociales o generar escándalos y frases belicosas en programas de televisión. Ni saltando a la tarima a ofrecer verdades de mesías. El complejo de Eróstrato no va con él. La popularidad es su arma genuina. En todo caso, su éxito es la ausencia meditada y ordenada. El silencio, una planificación reflexionada. Talento dosificado. Fenómeno auténtico.

Pasarán otros cuatro años de alejamiento y cada fan esperará ansioso. “Las cosas que hacen una vida más feliz son estas: que quieras ser lo que eres y no prefieras nada, y ni temas ni desees el día final”, podrán repetir del poeta Marcial.

@DarioFritz